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lunes, 19 de febrero de 2018

La Biblia y su Autor


En los días de Josías, el libro de la ley fue encontrado en el templo, y la humilde respuesta por parte de Josías a lo que el libro exigía cambió su generación. Más adelante, Jesús enfrentó a los líderes religiosos de Su tiempo, quienes, con tanta preocupación por la ley, la habían enterrado bajo sus tradiciones religiosas.
Durante la Edad Media, numerosas órdenes monásticas encontraban a menudo que la iglesia (u otras órdenes anteriores) se encontraba corrompida y lejos del mensaje de los apóstoles, y les llamaba a que lo retomaran. John Wycliffe, un profesor de la Biblia en Oxford, desafió a la jerarquía eclesiástica de su época. Después de haber perdido su puesto, comenzó a enviar a sus estudiantes a los campos con traducciones de las Escrituras para que predicasen. Aunque Inglaterra detuvo su labor, ésta permaneció latente, lista para florecer otra vez en la Reforma Inglesa un siglo después. 

Lutero, profesor que enseñaba la Biblia, desafió la explotación de los campesinos llevada a cabo por la jerarquía eclesiástica, llamando a la iglesia a que fuera de vuelta a las Escrituras (otros reformadores tuvieron el mismo énfasis, algunos queriendo llevar el asunto más allá de lo hizo Lutero). Cuando muchos luteranos llegaron a ser indulgentes en su fe, Philipp Jakob Spener, profesor de la universidad, contribuyó a motivar el movimiento pietista con su enseñanza bíblica, también haciendo un llamado a que la gente viviera las Escrituras. 

A través de la historia, muchos de los avivamientos más grandes sucedieron cuando la gente se volvía a las Escrituras, permitiéndole que les desafiara a escuchar nuevamente el mensaje de Dios en su generación. En muchas partes del mundo la iglesia necesita regresar a la Biblia tanto o más que aquellos, buscando de Dios un viento fresco del Espíritu que desafíe muchas de las cosas que se hacen en el nombre de Dios, Su Palabra o Su Espíritu. Que podamos orar por tal avivamiento, escudriñar las Escrituras por nosotros mismos, y convertirnos en agentes de Dios propagando Su mensaje. 
A algunos estudiantes les podrá parecer que principios como el del “contexto” son demasiado básicos, y quizás deseen saltarlos. Pero antes que lo hagan, les animo a que busquen muestras de ejemplos de contexto; muchos quedarán sorprendidos de cuántas canciones, sermones y dichos populares han tomado los textos fuera de su contexto. En otras palabras, una cosa es afirmar que creemos en el contexto, y otra muy diferente es practicar esa habilidad de manera coherente. 

He ofrecido ejemplos concretos que nos ayuden a lidiar con esa realidad y nos motiven a aplicar nuestra “creencia” de manera más rigurosa en el contexto. El contexto es esencial porque esa fue la manera en que Dios inspiró la Biblia—no con versículos aislados y al azar, sino con un continuo fluir de pensamiento al cual esos versículos contribuyen. 

Quizás algunos problemas de interpretación se den por sentado, porque algunos cristianos tienen problemas a la hora de llevarlos a la práctica. La meta principal de estudiar la Palabra de Dios es conocer mejor a Dios, y mientras mejor le conozcamos, mejor entenderemos Su Palabra. Puesto que Dios nos dio la Biblia como un libro escrito que contiene mucha historia, Él espera que usemos principios literarios e históricos cuando la estudiemos, pero a la vez, ésta recoge el mensaje del corazón de Dios para Su pueblo, para que no la veamos como una mera materia de interés intelectual o por simple curiosidad. 

Aquellos que se convierten en “expertos” desde un punto de vista puramente intelectual o hasta meramente religioso pueden llegar a convertirse en personas como los escribas, que se oponían a nuestro Señor Jesús. Debemos recordar que este libro, a diferencia de otros libros normales, tiene el derecho de hacer exigencias morales sobre nuestras vidas. No debemos llegar a ser “expertos” que alardeemos de nuestro conocimiento, sino debemos humillarnos ante el Dios de las Escrituras. 

El temor del Señor es el principio de la sabiduría y del conocimiento (Proverbios 1:7; 9:10). Nuestra tendencia humana con respecto a las Escrituras es encontrar allí lo que lo que nos convenga, sea para justificar nuestro comportamiento o para confirmar lo que ya nos ha sido enseñado en nuestra iglesia, por medio de nuestra tradición o por otros maestros a quienes admiramos. Los esclavistas trataban de justificar su comportamiento a partir de la Biblia; muchas sectas justifican sus doctrinas a partir de la Biblia, pero a veces nosotros los cristianos hacemos lo mismo. Si tememos a Dios, vamos a querer escuchar solamente lo que nos enseña Su Palabra, y vamos a querer escucharlo lo más claramente posible. 

También debemos estar dispuestos a obedecer a Dios una vez que le hayamos escuchado. Santiago (1:5) nos dice que si queremos sabiduría, debemos (al igual que Salomón) pedirla, pero tenemos que pedirla con fe, insiste él (1:6), y luego explica que la fe verdadera es aquella que está presta a vivir de acuerdo a lo que Dios nos pide (2:14-26). Si realmente oramos para que Dios nos enseñe la Biblia (y deberíamos hacerlo así, ¡vea el Salmo 119!), debemos orar con el tipo de fe que está presta a abrazar lo que encontramos en la Biblia. Debemos acoger lo que allí encontremos, aun si es algo que no sea muy popular, aun si fuera algo que nos metiese en problemas, y hasta incluso si nos desafiara nuestro estilo de vida. Ese en un precio alto, pero trae un beneficio: la emoción de hacer nuevos y fresco hallazgos, en vez de simplemente escuchar lo que esperábamos escuchar. 

Estudiar la Palabra de Dios con un corazón abierto y sediento es una de las maneras en que expresamos nuestro amor por Dios. El principal mandamiento de Dios para Israel era Su declaración de que Él es uno (Deuteronomio 6:4); es por ello que aquí no hay cabida para la idolatría. Por lo tanto, Él le exhorta a Su pueblo que le ame a Él nada más, con un corazón fiel y con todo su ser (Deuteronomio 6:5). Aquellos que aman a Dios de esta forma, hablarán todo el tiempo de Su Palabra, en donde quiera que vayan y a cualquiera que encuentren (Deuteronomio 6:6-9). Si realmente Dios toma el primer lugar en nuestras vidas, entonces Su Palabra será primordial para nosotros y nos absorberá. 

Muchas veces la gente se pierde lo que hay en el corazón de la palabra de Dios. Los fariseos debatían acerca de detalles, pero les faltaba un mayor espectro del corazón de justicia, misericordia y fidelidad que posee Dios (lo que Jesús llama “los preceptos de más peso de la ley”, Mt. 23:23, LBLA); Toda la Escritura es la Palabra de Dios, pero algunas partes nos enseñan de Su carácter más que otras (por ejemplo, aprendemos más directamente de la revelación de Dios a Moisés en Éx. 33-34, que de los rituales de Levítico). Quizás hasta ni escuchemos bien a Dios cuando leemos la Biblia, simplemente porque nuestro trasfondo nos predispone a pensar que Dios es estricto o indulgente. 

¿En dónde buscamos para encontrar la revelación central del carácter de Dios (los “preceptos más pesados” de los que habla Jesús), que nos ayude a aplicar de manera correcta el resto de la Palabra de Dios? Dios reveló Su ley a Israel, pero tanto los profetas del Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento muestran que algunos aspectos de esa ley se aplicaban directamente tan solo al Israel antiguo en un tiempo en particular (aunque podemos aprender de sus principios eternos). 

Los profetas ofrecían aplicaciones dinámicas de la ley basados en el conocimiento del corazón de Dios. Pero Dios reveló más Su corazón y Su palabra al enviarnos a Jesús; cuando Su Palabra se hizo carne, nos reveló el corazón de Dios (Jn. 1:1-18). Cuando Moisés recibió la ley en el monte Sinaí, vio parte de la gloria de Dios, parte de Su carácter de gracia y verdad, pero nadie pudo ver completamente a Dios y vivir (Éx. 33:18-20; 34:6). Sin embargo, en la Palabra hecha carne, Dios reveló completamente Su gracia y verdad gloriosas (Jn. 1:14, 17); entonces el Dios que nadie ha visto se ha revelado completamente en Jesucristo (Jn. 1:18; 14:9). 

Cuando estudiamos la Palabra debemos ir más allá del contexto: el contexto de todo el libro, el trasfondo y principios específicos para entender los tipos de escritos en la Biblia (tales como los salmos, los proverbios, las leyes y las profecías). Estos son principios esenciales para aprender lo que Dios les estaba diciendo a los primeros lectores, un paso necesario a la hora de escuchar cómo aplicar el mensaje de Dios en nuestros días. Pero aún necesitamos el Espíritu de Dios para que nos guíe en cómo aplicar Su mensaje a nuestras propias vidas, a la iglesia del presente y a nuestro mundo. Existe más de una forma de escuchar la voz de Dios (por ejemplo, le escuchamos en oración), pero es por medio del estudio de las Escrituras que aprendemos a reconocer de manera clara la voz de Dios cuando Él nos habla de otras maneras. 

Pablo nos enseña estas dos cosas, que “conocemos en parte y en parte profetizamos” (1 Co. 13:9); es por eso que es bueno que dependamos tanto de las Escrituras y del Espíritu para que nos ayuden a escuchar claramente, pero ciertamente el Espíritu no va a decir nada que contradiga lo que Él ya ha inspirado que digan las Escrituras (la forma en que nos la dio, en contexto). 

Autor::Craig Keener profesor de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Asbury. Es autor de quince libros, entre ellos un comentario del Nuevo Testamento (vendido en más de medio millón). 

1 comentario:

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