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viernes, 20 de marzo de 2020

REFLEXIONES

¿De quien depende el futuro?
Es un hombre que se hace notar poco, y que siempre camina silencioso. Evita las fotografías y las entrevistas. Prefiere el anonimato a la publicidad y la soledad, si es posible, a la multitud.
Todo su equipo consiste en un maletín de cuero, sencillo y sin pretensiones, que lleva atado siempre a la muñeca. El hombre caminaba siempre unos pocos pasos atrás del presidente Reagan, y lo acompañaba por todas partes cuando el presidente viajaba. En ese maletín lleva un código secreto para poner en marcha todo el aparato bélico de los Estados Unidos. Si el presidente muriera en un atentado, ese código sería estudiado inmediatamente. Cuando Reagan visitó Brasil, un periodista hizo este comentario sobre el hombre del maletín: "¡Pensar que el futuro de la humanidad cuelga de la muñeca de un desconocido!" Amigo, singulares son las cosas que ocurren en nuestro mundo y en nuestro tiempo. Hoy la humanidad está tan regimentada, tan computarizada, tan interrelacionada por la radio y las comunicaciones instantáneas y el aparato de los gobiernos, que nadie está a salvo de nadie, y lo que ocurre en un mero punto de la tierra, repercute instantáneamente en todo el planeta. Pero no es cierto lo que dijo el periodista brasileño. El futuro de la humanidad no depende de la muñeca de uno de los ayudantes del presidente Reagan. Ni depende del mismo presidente, como tampoco depende de ningún otro gobernante de la tierra, por más poderoso que sea. El destino de la humanidad nunca dependió de los gobernantes que hubo en la historia, por más poder que tuvieron en su tiempo. Ni Alejandro el Grande, ni Julio César, ni Gengis Kahn, ni Napoleón, ni Stalin, ni Hitler, ni ninguno, tuvieron en sus manos el destino de la humanidad para moldearlo a su antojo. El destino de todos los hombres está, estuvo y estará siempre en las manos de Cristo. Porque Cristo es el Arquitecto de los siglos, y el que tiene en su mano el código del final de la historia, porque él tiene el año, mes, día y hora en que le pondrá fin a todas las cosas.
 Hagamos de Cristo, ahora mismo, el dueño de nuestro destino personal, aceptándole como único Rey y Señor de nuestras vidas. 

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