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sábado, 10 de mayo de 2025

La disciplina de Dios


L
os hijos de Dios tienen un privilegio que los inconversos no tienen. Ellos están bajo la disciplina de su Padre Celestial. ¿Qué es disciplina? Disciplina es educación. Es la corrección que un padre da a su hijo. Un padre no disciplina a los hijos de los demás, pero presta cuidadosa atención a la educación de sus propios hijos. Cuando un padre disciplina a su hijo, lo está preparando para ser lo que él quiere que sea. Un buen padre desea que su hijo sea obediente. Quiere que siempre diga la verdad y que sea honrado. Quiere que sea diligente y que sea cortés y considerado con los demás. Un buen padre comienza la educación de su hijo a edad muy temprana, y continúa su instrucción hasta que su hijo alcanza la madurez. Día tras día, fiel y amorosamente lo disciplina para hacerlo como él quiere que sea.

Dios Disciplina a Sus Hijos por Medio de la Enseñanza

Dios es un buen padre. Él, fiel y amorosamente, disciplina a Sus hijos para hacerlos como Él quiere que sean. Instruye y enseña a Sus hijos para que puedan honrar Su nombre. El Señor da a Sus hijos esta promesa: Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos (Salmo 32:8).

Dios nos enseña mientras que estamos a solas con Él estudiando Su Palabra. Nos enseña por medio de pastores y maestros de la Biblia. Nos enseña a través del ejemplo de hombres y mujeres piadosos. A lo largo de toda nuestra vida debemos estar aprendiendo acerca de Dios y sus caminos.

Dios Disciplina a Sus Hijos por Medio de las Circunstancias

Dios usa nuestras circunstancias para disciplinarnos y para hacernos como Él quiere que seamos. La historia de Jacob en el Antiguo Testamento es un ejemplo de cómo Dios usa las circunstancias para disciplinar a sus hijos.

Engañó a su padre

Jacob no tenía muy buen carácter. Era no sólo muy listo y astuto, sino además codicioso y fraudulento. Siempre estaba tratando de sacarles provecho a los demás. Jacob defraudó a su hermano mayor quitándole la primogenitura. Engañó a su padre. En realidad logró aprovecharse de casi todas las personas con quienes tenía contacto. Dios sabía como era Jacob y estaba tratando con él. Lo envió a trabajar con su tío Labán quien era igual de engañador. Jacob se enamoró de la hija de Labán, Raquel Jacob se enamoró de la hija de Labán, Raquel, y quiso casarse con ella, pero Labán le pidió siete años de trabajo por ella. Jacob accedió gustosamente a esto. La Biblia dice: Sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba (Génesis 29:20). Cuando se cumplieron los siete años, Jacob pidió casarse con su novia. Labán preparó una gran fiesta de bodas. Cuando terminó, Jacob descubrió que había sido engañado. Labán había sustituido a Lea, su hija mayor, por Raquel. ¡Jacob se había casado con la chica equivocada! Tuvo que trabajar otros siete años por Raquel. Durante veinte años Jacob fue engañado por su tío. Durante estos años, Labán cambió su sueldo diez veces. Al fin, Jacob dejó la tierra de Harán para volver a su hogar. Durante el viaje, Raquel, al dar a luz, se enfermó y murió. Jacob había engañado a otros y él mismo fue engañado. Más tarde, el hijo favorito de Jacob, José, fue vendido como esclavo por sus hermanos celosos. Estos hermanos engañaron a su padre haciéndole creer que José había sido despedazado por una bestia. Jacob creyó la mentira y lamentó la muerte de José por muchos años. Jacob había engañado a otros y él mismo fue engañado. Se enfrentó con una dificultad tras otra. En una ocasión, exclamó: “¡Contra mí son todas estas cosas!” Sin embargo, la realidad era que Dios estaba utilizando todas estas circunstancias para el bien de Jacob. A través de la disciplina y el castigo, Dios estaba produciendo un cambio en el carácter de Jacob. Al final, vemos a un Jacob diferente. Aquél que había comenzado como un astuto engañador ahora era Israel, “un príncipe con Dios”. Era manso, humilde de corazón y maduro: un hombre que andaba con Dios. Aun Faraón, el rey más grande de la tierra en aquel tiempo, reconoció a Jacob como un hombre de Dios. Faraón se inclinó ante Jacob para recibir su bendición. Tenemos mucho de “Jacob” en nosotros. Él nos disciplina por medio de nuestras circunstancias Cada uno de nosotros lleva en sí mucho de la naturaleza de Jacob. Somos egoístas y buscamos lo nuestro. Sabemos ser astutos y aun engañadores para lograr lo que deseamos. Por eso, Dios tiene que disciplinarnos. ¿Cómo nos disciplina Dios? Él nos disciplina por medio de nuestras circunstancias. Dios prepara toda clase de sucesos para enseñarnos lo que Él quiere que aprendamos. Todas las cosas que le suceden a un hijo de Dios no son por casualidad. Están ordenadas por Dios o son permitidas por Él, y juntas están obrando para nuestro bien. La Biblia dice: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados (Romanos 8:28). Muchas de las cosas que nos ocurren no parecen buenas en sí mismas. Por el contrario, pueden ser dolorosas y amargas para nosotros. Pero la Palabra de Dios dice que podemos saber “que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. Dios Corrige a Sus Hijos por Medio del Castigo Si no hacemos caso de Su enseñanza ni de Su disciplina, Dios tiene que castigarnos. El castigo es como una “palmada” de Dios. Es una forma de disciplina. Dios nos corrige cuando somos desobedientes. El castigo no es lo mismo que el juicio de Dios. El objetivo del juicio es hacer que una persona sufra por haber actuado mal; mientras que el objetivo del castigo es ayudar a alguien a ser una persona mejor. Hay otra diferencia. El juicio no involucra amor, mientras que el castigo, sí. Un padre muestra su amor por su hijo castigándolo. La Biblia dice: El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige (Proverbios 13:24). Lo que Significa el Castigo de Dios. Cuando Dios tiene que castigarnos, podemos sentir lástima por nosotros mismos y preguntar, “¿Por qué me está pasando esto a mí?” Podemos mirar a nuestro alrededor y ver a otros que han hecho lo mismo que nosotros, y sin embargo no están atravesando por los mismos problemas que sufrimos nosotros. Nos preguntamos ¿por qué? Podemos pensar incluso que Dios no nos ama o que está enojado con nosotros. Pero éstas son conclusiones equivocadas. Veamos ahora el verdadero significado del castigo.

• El castigo es prueba de que somos hijos de Dios.

Dios no disciplina a los inconversos. Él corrige sólo a sus propios hijos.

Lo primero que debemos ver acerca del castigo es que es prueba de que somos hijos de Dios. Dios no disciplina a los inconversos. Él corrige sólo a sus propios hijos.

Cinco niños jugaban en un jardín. Estaban cubiertos de barro. De pronto salió una madre y dio unas palmadas fuertes a tres de ellos, prohibiéndoles seguir jugando allí. Uno de sus chicos se quejó: “¿Por qué no les pegaste a los otros también?” “Porque ellos no son hijos míos”, replicó la mamá.

¿Te preguntas por qué la gente inconversa hace mal y aparentemente se la pasa muy bien, en cambio cuando un hijo de Dios hace lo mismo, recibe una corrección? La razón es simplemente ésta: Los inconversos no son hijos de Dios. Dios sólo disciplina a Sus propios hijos. Los inconversos serán castigados por sus pecados en la vida venidera, pero Dios corrige a Sus hijos en esta vida. Si Dios te corrige, eso prueba simplemente que tú eres Su hijo. La Biblia dice: Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos (Hebreos 12:7–8).

• El castigo es prueba de que Dios nos ama.

La segunda cosa que debemos ver acerca de la corrección es que es prueba de que Dios nos ama. Dios no nos corrige porque no nos quiere o porque está enojado con nosotros. Nos corrige porque nos ama. La Biblia dice: Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo (Hebreos 12:6).

Cuando nos demos cuenta de que las pruebas y los problemas vienen de nuestro Padre Celestial, y vienen porque Él nos ama, toda nuestra actitud hacia ellas cambia. El salmista dijo: Bienaventurado [feliz] el hombre a quien tú, JAH, corriges, Y en tu ley lo instruyes (Salmo 94:12).