viernes, 18 de octubre de 2019

Los símbolos bíblicos

Cómo usa Dios los símbolos y las sombras para revelar la verdad y la luz

La Biblia es el único libro cuyo Autor siempre está presente cuando se lee. Es el único libro cuyos caracteres, incidentes, relatos, parábolas, poesías, y profecías todos son designados a revelar y glorificar el carácter de su Autor.
La Biblia está llena de símbolos, modelos, sombras, figuras, parábolas, ejemplos, y alegorías que expresan verdades espirituales profundas por medio del uso de símiles, metáforas, y comparaciones entre varios caracteres, ob­jetos, o sucesos. Por ejemplo, el faraón es una figura de Satanás, el opresor y tirano que esclaviza al pueblo de Dios; Egipto es una figura del mundo que trata de mantener a los hijos de Dios en la esclavitud (Apocalipsis 11.8). Este método que relata incidentes y personajes y localidades de la Biblia a unos seme­jantes en tiempos más recientes es una práctica común de la Biblia.
En 1 Corintios 10.6 la Biblia dice específicamente que las divagaciones de los hijos de Israel con Moisés en el desierto fueron “ejemplo” para nosotros, para que no nos portáramos mal como ellos. Este método se repite en 1 Corintios 10.11 donde dice que “estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros”. Aquí se ve claramente el uso de gente e incidentes del Antiguo Testamento para dar instrucción com­parable a nosotros que enfrentamos circunstancias semejantes.
Es imposible entender el método bíblico de transmitir la verdad sin entender lo que se llama en la literatura, un arquetipo. Leland Ryken, en “La literatura de la Biblia” (Zondervan, 1974, página 22), dice:
Ninguna introducción a la literatura bíblica es completa sin insistir en el contenido arquetípico de la Biblia. Un arquetipo es un símbolo, un carácter simbólico, o la idea dominante de un plan que se ha repetido en toda la literatura.
La Biblia es el gran repositorio o tesoro de arquetipos en la literatura occiden­tal. Por supuesto, la Biblia es más que literatura; no obstante sigue las for­mas y los usos de literatura y lenguaje para expresar su verdad. Northrop Frye llama a la Biblia “la mayor influencia informante sobre el simbolismo literario”. En realidad, es la Biblia que influyó en toda la literatura, y conocer la Biblia y entender sus arquetipos es el requisito previo para entender la literatura en conjunto.
Northrop Frye cataloga la mayoría de los arquetipos de la literatura en dos clases:
   Los arquetipos de la experiencia ideal:
Para hablar de las experiencias ideales usamos los siguientes símbolos del mundo humano: la comunidad o la ciudad amada; las representaciones de un pueblo en armonía, como la comunión, el orden, la unidad, la amistad, el amor, el matrimonio. También usamos la fiesta, la comida, o la cena. Usamos los alimentos principales, tales como pan, leche, y carne; y alimentos de lujo, tales como vino y miel. 
También usamos símbolos del mundo animal para representar la experien­cia ideal: una comunidad de animales domesticados, generalmente un rebaño de ovejas; un cordero, o una de las aves más mansas como una paloma; un grupo de aves cantoras.
Del mundo vegetal usamos: un jardín, un bosquecillo o parque; un árbol de vida; una rosa.
Del mundo inorgánico usamos los siguientes símbolos: una ciudad, o un edificio o templo (por ejemplo, el cielo retratado como una casa de muchas moradas o habitaciones); joyas y piedras preciosas, muchas veces resplande­cientes y ardientes; fuego y luz brillante; una quemazón que purifica y refina.
Utilizamos las imágenes retóricas del agua: un río o arroyo; una fuente; las lluvias; agua fluente de cualquier clase.
Otras veces usamos las siguientes fuerzas de la naturaleza para retratar las experiencias ideales: la brisa o el aire; la calma después de la tempestad; las estaciones de primavera y verano; el sol, o la luz menor de la luna y las estrellas; la luz, la salida del sol, el día.
Finalmente, empleamos cosas misceláneas: las representaciones de altura como la cumbre del monte; las representaciones del nacimiento y del renaci­miento; las representaciones del movimiento (al contrario del estanca­miento); las representaciones de la libertad; la armonía musical, o el canto.
   Los arquetipos de la experiencia no ideal:
Para simbolizar la experiencia desagradable usamos las siguientes figuras del mundo humano: tiranía o anarquía; aislamiento entre gente; la ramera, la bruja, el hechicero y personas semejantes; cuadros del canibalismo, tortura, mutilación (la cruz, la hoguera, el cadalso, la horca, el cepo, etc.); esclavitud y servidumbre; cuadros de enfermedad y deformidad; insomnio o pesadilla, muchas veces relacionados con la culpabilidad de conciencia.
Usamos el mundo animal como figura de lo no ideal: monstruos o bestias de rapiña; el lobo (el enemigo tradicional de la oveja), el león, el oso, el leopardo, el buitre, la serpiente, los dragones y cosas semejantes.
Usamos el mundo vegetal: el bosque siniestro, muchas veces encantado y gobernado por fuerzas demoniacas; el desierto; un lugar tropical de gran calor o un lugar de hielo y un frío extremado.
Representamos las experiencias no ideales también del mundo inorgánico: o en su forma natural de desiertos y junglas, o en su forma “civilizada” de ciudades de destrucción y de violencia (“la jungla de asfalto”); la cárcel o el calabozo; él fuego maligno que destruye y tortura en vez de purificar.
A veces usamos las imágenes retóricas del agua: el mar y todo lo que contiene (los monstruos marinos).
Otras veces usamos símbolos de las fuerzas de la naturaleza para hablar de lo desagradable: la tormenta o la tempestad; las estaciones de otoño e in­vierno; el ocaso, la oscuridad, la noche.
O simbolizamos las experiencias no ideales con las siguientes cosas misceláneas: las representaciones de descenso; el valle, la cueva o tumba subterránea; la muerte; el polvo seco o las cenizas; las representaciones de herrumbre y decaimiento; las representaciones de estancamiento o inmovilidad; los ruidos discordantes (“el crujir de dientes”) o la cacofonía, el aullar, el llorar y el lamentar.
Por motivo de que los arquetipos expresan lo que es más común, universal, y elemental en la experiencia humana, la Biblia usa símbolos y representa­ciones de cosas comunes a todo hombre, y, por tanto, tiene un poder de co­municación ilimitado. Esa es la razón por la cual la Biblia es el libro univer­sal, entendido fácilmente en cualquier tiempo, clima, cultura, o circunstancia.
Hebreos 9.9 habla del tabernáculo del Antiguo Testamento como sólo un símbolo (griego, parabolay, o parábola) para aquel entonces. ¡Pero nosotros hemos llegado a la realidad! La Biblia dedica no menos de cincuenta capítulos de ambos testamentos al tabernáculo (Exodo, trece capítulos; Números, trece; Levítico, dieciocho; Deuteronomio, dos; Hebreos, cuatro), más muchas otras referencias esparcidas por toda la Biblia. El modelo del tabernáculo está lleno de figuras y símbolos referentes a la vida y a la experiencia cristiana: tres atrios (las tres partes de la personalidad humana: el cuerpo, el alma, y el espíritu); la iglesia como el templo vivo (1 Corintios 3.9, 16; 6.19; Efesios 2.21–22; Hechos 15.14–16; 17.24; 7.48; 2 Corintios 6.16; Hebreos 8.1; 9.11; 13.10; Juan 2.21; 14.2; Apocalipsis 3.12; 21.22); nuestro sacerdocio nuevo y espiritual que es mejor que el sacerdocio del antiguo pacto (Hebreos 7.11; 13.10–16; 1 Pedro 2.5, 9; Apocalipsis 1.6; 5.10).
Gálatas 4.24 dice específicamente que los dos hijos de Abraham son alegoría (griego, allegoroumena) de los dos pactos: uno de la esclavitud, y el otro de la libertad; uno nacido de la carne, y el otro nacido del Espíritu; uno persiguiendo, el otro perseguido; uno referente a la Jerusalén terrenal, y el otro a la Jerusalén celestial. Lee Gálatas 4.22–31 con cuidado ¡y verás de una vez que el pueblo del antiguo pacto ha sido desplazado para dar campo al pueblo de Dios del nuevo pacto! La profundidad espiritual aquí es emo­cionante, como lo es la transición rápida de incidentes terrenales a conceptos celestiales. No es de extrañar que las alegorías y los arquetipos bíblicos llegaron a ser un tema favorito de muchos escritores cristianos.
Hay quienes temen que la apreciación de las figuras y las alegorías de la Biblia tenderán a hacer que los lectores quiten las verdades claras de la Biblia por medio de “espiritualizarlas”. Claro que esto puede suceder, pero no hay ninguna contradicción dogmática entre lo “literal” y lo “figurativo”. La per­sona que aprecia la verdad figurativa puede comprender también la verdad literal. La Biblia contiene tanto verdad literal como verdad figurativa. Y la ver­dad es la verdad, sea literal o figurativa. Hay peligros en ambos extremos de la mala interpretación, sea que uno es culpable de dar sentido literal a la ver­dad espiritual, o de espiritualizar la verdad literal. Los judíos antiguos tenían la propensión de llegar a ser afanosamente literales a veces, de modo que el Nuevo Testamento tiene que advertir que “la letra mata, mas el espíritu vivifica” (2 Corintios 3.6). Esto fue dicho en el contexto de la advertencia contra tratar de persistir en el antiguo pacto que ha sido reemplazado con el nuevo y mejor pacto.
Sólo una mente de prejuicio trataría de mantenerse en que la Biblia no contiene alegorías, figuras, y símbolos, y que se prohibe el método alegórico de interpretación. Durante los tiempos de la reforma, los dirigentes anabaptistas tenían que contender a un lado contra el literalismo de los protestantes (que trataron de aplicar al cristianismo la unión entre el estado y la iglesia del Antiguo Testamento), y por otro lado contra los fanáticos literalistas (que trataron de establecer un reino terrenal con la poligamia, la pompa y la ceremonia, el poder político, y un sacerdocio cumpliendo ritos vacíos). Menno Símons claramente refutó tal literalismo:
Si quieren apelar al entendimiento y las transacciones literales de Moisés y los profetas, entonces también tienen que hacerse judíos, aceptar la circun­cisión, poseer literalmente la tierra de Canaán, instituir otra vez el reino judaico, edificar la ciudad y el templo, y ofrecer sacrificios y cumplir el rito como la ley lo requiere. Y tienen que declarar que Cristo el Salvador pro­metido no ha venido todavía, el que ha cambiado las ceremonias literales y sensuales a realidades nuevas, espirituales, y permanentes.
      El reino mineral; incluyendo características topográficas:
Los ríos: El cielo hidrográfico de Dios (Eclesiastés 1.7). Los ríos de Edén (Génesis 2.8–14). Las grandes civilizaciones de los valles de los ríos. Los ríos contaminados. Los ríos de la mundanería, de la desviación, y de la marea creciente (Isaías 59.19). Los ríos de juicio (Apocalipsis 14.20). El río de muerte (Salmo 78.44; Apocalipsis 8.10; 16.4). El río de la sangre del Cordero, ¡suficiente para todos! (Hebreos 10.22). Ríos de agua viva (Juan 7.37–39). El río de la palabra de Dios (Salmo 1.3; Ezequiel 47.1–12; Apocalipsis 22.1). El río de paz celestial, de placer, y de bendición (Salmo 36.8; Isaías 48.18). ¿Estás tomando del río o siendo llevado por la corriente? El Río Jordán, frío, la frontera de la tierra prometida —¿estamos listos para atravesarlo?
Las perlas de la Biblia: ¿Qué es su precio? (Mateo 13.45–46). ¡Muchos se están vendiendo barato! ¿Qué es una perla? Los cristianos rehusan las perlas del mundo (1 Timoteo 2.9–10; Apocalipsis 17.4; 18.12, 16; Job 28.18; Mateo 7.6). Las puertas perlinas (Apocalipsis 21.21) (las perlas son las únicas gemas producidas por el sufri­miento); son puertas defendidas, cerradas a los pecadores (Apocalipsis 21.25, 27). ¡La perla es la única gema que crece! Nadie puede forzar la puerta del cielo. Hay entrada sólo para los que entran por la perla de gran precio, Jesucristo.
Los montes de la Biblia: Una excursión corta de la “geografía espiritual”. Los montes de Ararat (Génesis 8.4): el arca reposó sobre un monte en un mundo destruido. El Monte Sinaí (Éxodo 19.3–6): Dios tiene un código de conducta para su pueblo. El monte de Seir (Deuteronomio 2.3): ¡el pecado los hace andar en círculos! El Monte Nebo (Deuteronomio 34.1): Moisés fue enterrado solo (la ira aísla). El Monte Carmelo (1 Reyes 18.20–42): cuando cae el fuego, huye la idolatría. El monte de los Olivos (Lucas 22.39–46): Jesús ora en el huerto, intercediendo. El Monte Calvario (Lucas 23.33): nuestro Señor sufre por los pecados de la humanidad. El Monte Hermón (Mateo 17.1): el monte de la transfiguración. El monte de Sión (Hebreos 12.22–23): agrupa las glorias del Nuevo Pacto —la Jerusalén celestial, la iglesia; Jesús, el mediador del Nuevo Pacto —y hace contrastar esta agrupación con el Monte Sinaí con su miedo y su castigo y sus amenazas. ¡En todas maneras es mejor el nuevo! Parémonos en la tierra del monte de Sión, ¡porque en derredor nuestro los otros montes pronto se fun­dirán! (Apocalipsis 6.12–17).
 El mundo social y espiritual:
Babilonia: ¡Ay de Babilonia! Esta ciudad se destaca en la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, como un símbolo de maldad, corrupción, y enemistad hacia el pueblo de Dios. La palabra Babilonia significa “confusión”, y Babel significa “la puerta de los dioses”. Comenzó en Génesis 3.5 con la mentira de Satanás de que los hombres serían “como Dios” si le siguieran. En lugar de eso fueron echados fuera del Edén (Génesis 3.22–24), y dispersados de Babel (Génesis 11.1–9). (Nimrod fue un poderoso rebelde de Babel —Génesis 10.9–10). El significado simbólico de Babilonia es confusión, la cual viene de mezclar al pueblo de Dios con el mundo. La religión de Babilonia es ecuménica. La moral de Babilonia es una confusión de los sexos. El vestido babilónico frustra la simplicidad (Josué 7.21) con una confusión de modas. Las drogas babilonias confunden los sentidos con em­briaguez (Daniel 5.1). Los espectáculos babilonios siempre dieron énfasis a los desfiles, la pompa, las procesiones, el drama, el teatro, etc., y una confusión de la realidad con simulación e hipocresía. La música babilonia es una confusión de sonidos para confundir al alma e hipnotizarla con instrumentos (Daniel 3.15) (los instrumentos musicales sirviendo a la idolatría —la música rock, clásica, o la que sea, detrae de la simplicidad de la adoración verdadera). Según Apocalipsis 17.1–6; 17.18 y 18.24, la “ciudad” de Babilonia es un sistema que asesina a los santos a través de los siglos.  El gran llamamiento del fin del tiempo es “¡Salid de ella, pueblo mío!” (Apocalipsis 18.4). ¡Pero es más fácil sacar a personas de Babilonia que sacar Babilonia de las personas! 
 El estudio de caracteres como figuras:
Los gemelos terribles: Esaú y Jacob (Génesis 25.24–34). Esaú era un cazador profano, tosco, y violento, viviendo por el apetito del momento. Despreció su herencia, y era mundano y un dolor a sus padres (Génesis 25.34; 26.34–35; Hebreos 12.16). Jacob era un hombre sencillo, lampiño, ambicioso de guiar a su tribu, pero engañoso. Engañó a su padre y a su hermano (Génesis 27). Jacob tenía que huir para salvar su vida a causa de sus decepciones. A su vez fue engañado por su suegro, por su esposa, por sus propios hijos. Dios no puede bendecir a los que intentan hacer cosas en la fuerza de su propia carne. Finalmente Jacob enfrenta sus pecados, hace paz con Dios, y es cambiado en Israel, un príncipe con Dios (Génesis 27.43; 28.10–22; 31.7; 32.7, 9–11, 24–30; 33.3; 35.1–4). Necesitamos confesar nuestros pecados, ser reconciliados con nuestro hermano, subir a Betel, hacer allí un altar, mudar nuestros vestidos, enterrar nuestros ídolos, ¡y servir a Dios como hizo Israel!
Moisés, una figura de Cristo: Dios profetizó que vendría uno como Moisés (Deuteronomio 18.18). Tanto Moisés como Cristo dejaron palacios para llevar vituperio. Ambos despreciaron al mundo y estimaron más las riquezas de la gracia. Am­bos pasaron muchos años en preparación antes de entrar en su ministerio. Ambos pasaron cuarenta días en un monte antes de dar a sus seguidores sus leyes (el monte de Sinaí y el Sermón del Monte). Ambos fueron traicionados por un amigo en que tenían confianza (Aarón y Judas). Ambos escogieron a setenta para ayudarlos. Ambos cumplieron los emblemas de la pascua (un cordero muerto). Ambos vinieron para guiar a su pueblo fuera de la esclavitud de Egipto. Ambos se casaron con una novia gentil. Ambos establecieron un tabernáculo nuevo (el tabernáculo de Moisés y la iglesia de Cristo). Ambos tenían un ministerio milagroso. Ambos huyeron de la persecución de un rey mundano. Ambos dieron un discurso de despedida y ascendieron a un monte. ¡Jesucristo cumplió la ley de Moisés y trajo un mejor sacrificio, pacto, templo... y mejores promesas!
Otros caracteres de la Biblia como figuras (de entre cientos, aquí hay unos pocos):
•  Abraham: figura de un creyente verdadero, justificado por fe en las promesas de Dios, un amigo de Dios.
•  Balaam: figura del profeta falso, trabajando por salario, cuya estrategia es de destruir la separación santa.
•  Daniel: figura del creyente fiel bajo presión y persecución, dando testimonio de Dios delante de reyes.
•  Ellas: figura del guía que a veces está desanimado, pero inspirado a ser intrépido contra la idolatría.
•  Icabod: nombrado como figura o símbolo de cómo la apostasía quita la gloria de Dios de su pueblo.
•  Jabes: figura del hombre que en su generación se mantiene firme por Dios. Nota su oración (1 Crónicas 4.9–10).
•  Jezabel: figura de la mujer que se opone a la santidad y a quien le gustan los cosméticos, las modas, y la inmoralidad.
•  Josías: figura del guía que comienza una gran reforma y después es arruinado por la política.
•  Jonás: figura de las personas piadosas que resisten la llamada misionera de ganar a otros para Dios.
•  José: figura de Cristo, vendido también por plata, traicionado por sus her­manos, pero levantado en poder.
•  Jotam: figura del guía que hace una reforma débil, pero se desvía por el pro­grama de construcción.
•  Lot: figura del creyente transigente, que pierde a su familia y su testimonio.
•  Melquisedec: figura de Cristo, el gran sumo sacerdote e intercesor, sin par.
•  Noé: figura de la iglesia de los días postreros que huye al arca para escapar el juicio.
•  Los recabitas: figura de los creyentes que adhieren fielmente a su herencia piadosa y son benditos (Jeremías 35.11–19).
•  Salomón: figura del guía necio que desecha la sabiduría por alianzas y enredos idólatras.

William R. McGrath

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