lunes, 8 de abril de 2019

La Ley de Dios (6)

 LA LEY EN LOS EVANGELIOS

Como ya se vio, los profetas en el antiguo orden nunca se presentaron como innovadores. Todos confirmaron el valor de la ley de Dios, e hicieron llamados patéticos a volver a sus mandamientos (Isa. 8:1620Jer. 4:1–46:16–19Eze. 20:10–1333:11Ose. 4:6Amós 2:4, etc.). Esta es la prueba de autenticidad de todo verdadero profeta (Deut. 13:1–5).
Así también Jesús se colocó en la línea de los profetas del AT confirmando la ley de Dios. Dijo: No penséis que he venido para abrogar la Ley o los Profetas. No he venido para abrogar, sino para cumplir (Mat. 5:17). Al concluir su ministerio aseveró: ... he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor (Juan 15:10). De cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni siquiera una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo haya sido cumplido. Por lo tanto, cualquiera que quebranta el más pequeño de estos mandamientos y así enseña a los hombres, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero cualquiera que los cumple y los enseña, éste será considerado grande en el reino de los cielos (Mat. 5:1819).
En su introducción a la más terrible acusación que dirigió contra los escribas y fariseos que enseñaban la ley declaró: Los escribas y los fariseos están sentados en la cátedra de Moisés..., así que, todo lo que os digan hacedlo y guardadlo; pero no hagáis según sus obras, porque ellos dicen y no hacen (Mat. 23:23). Por esta razón agregó al dirigirse a sus discípulos: Porque os digo que a menos que vuestra justicia sea mayor que la de los escribas y de los fariseos, jamás entraréis en el reino de los cielos (Mat. 5:20). Esta justicia está directamente relacionada con el guardar los mandamientos de Dios (ver v. 19Luc. 1:6Rom. 8:4).
Por supuesto, al ensalzar la norma divina delante de sus discípulos, Jesús no dio a entender que el hombre no necesita una justicia forense que se le confiera gratuitamente, por ser incapaz de conseguirla por sí mismo (ver Rom. 3:2324). Tampoco está abriendo las puertas a la justicia propia de los fariseos (Luc. 16:1518:914), que se atenían a “la letra de la ley” y la usaban como medio exterior de salvación, sin percatarse de que la ley es espiritual (Rom. 7:14). En efecto, “la justicia de la ley se cumple” no en los que no se convierten y por consiguiente viven según las pasiones de “la carne”, sino en los que viven conforme al Espíritu (Rom. 8:4–8). En este punto, la justicia de los verdaderos discípulos de Jesús debía superar la justicia de los fariseos.
Así también, el nuevo mandamiento de Jesús al joven rico de vender todo lo que tenía y darlo a los pobres para entonces seguirlo, era una especie de sumario del amor a Dios y al prójimo que se revela en los que guardan los mandamientos de Dios, más específicamente, el Decálogo (Mat. 19:16–30Mar. 10:17–21Luc. 18:18–30). Y “siendo que guardar la ley de Dios es el camino para la vida eterna, y guardar la ley de Cristo es el camino para la vida eterna, la ley de Dios y la ley de Cristo son idénticas” J. H. Gerstner, “Law in the NT,” en International Standard Bible Encyclopedia (ver Juan 15:1012; ver 3:1621).
Los conflictos de Jesús con los fariseos no se dieron porque enseñaba a desobedecer la ley de Dios (ver Mat. 8:4Luc. 17:1424–27), sino porque los fariseos le habían agregado tantos reglamentos a la ley divina que la habían hecho una carga tan pesada que ni ellos mismos podían llevar (Mat. 23:4Hech. 15:10). Por ejemplo, hicieron una lista de 39 clases de trabajo básico que no se podían hacer en sábado, y esta lista podía ser subdividida y extrapolada infinitas veces, como se ve en centenares de ejemplos en los escritos rabínicos. Citaremos dos de ellos: la fruta que yacía caída en sábado no podían comerla. Luego de largas discusiones sobre si comer el huevo puesto en sábado —pues algunos se oponían a su prohibición aduciendo que había sido formado el día anterior— llegaron a la conclusión de que no debían sacarlo del nido, aunque sí podían protegerlo para comerlo después que concluía el sábado. Hasta tenían reglado qué distancia podían caminar en el día del Señor.
Teniendo en cuenta estos hechos, Jesús respondió a la acusación de haber sanado a un paralítico en sábado y decirle que llevara su lecho, declarando que mi Padre hasta ahora trabaja; también yo trabajo (Juan 5:17). Al referirse a Dios como manteniendo su creación en sábado, Jesús no hizo otra cosa que citar una de las creencias de los rabinos. Pero en el contexto en que lo dijo, fue como decirles, ¿cómo pueden ir ustedes en contra de la autoridad de mi Padre que dio la ley y que, no obstante, para sanar y salvar al paralítico trabajó en sábado? Pues el Padre que mora en mí hace sus obras (Juan 14:10). Con esto declaró Jesús, no que el sábado fue abolido, sino que en obras de salvación y sanidad, ni él ni su Padre cesan sus actividades en sábado. Y esto estaba de acuerdo con la ley, pues los sacerdotes debían trabajar en relación con el culto y la adoración a Dios más aún los sábados que en los días comunes de la semana, sin que se les imputase como falta (Mat. 12:5; ver Núm. 28:9–10).
Pero Jesús fue más allá todavía. Mostró a los fariseos cómo en su fingido respeto a la ley divina, en particular al quinto mandamiento (Exo. 20:12), la estaban invalidando con sus tradiciones y reglamentos humanos. Así habían invalidado el mandamiento de Dios por su tradición (Mat. 15:1–6). Por atarse a la letra de la ley y no entrar dentro del espíritu de la misma, estaban transgrediendo la ley y perdiendo de vista su verdadero propósito. Por eso Jesús les dijo en relación al cuarto mandamiento: El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado (Mar 2:27). En otras palabras, Dios no creó el sábado, y luego se preguntó a quién podía crear para guardarlo, sino que creó al hombre primero, y entonces le dio el sábado, no como carga, sino como “delicia” o “deleite”, como algo “glorioso”, “santo”, agradable y especialmente consagrado a la comunión de Dios (Gén. 1:26272:1–3Isa. 58:1314).
Al presentar el sábado como hecho en beneficio del hombre, Jesús destacó como los profetas del AT que el sábado no fue establecido sólo para los judíos, sino para la humanidad (Mar. 2:27; ver Isa. 56:1–8). Y al presentarse como “Señor del sábado”, se presentó como su verdadero autor y, por consiguiente, conocedor del verdadero espíritu del sábado (Mar 2:28; ver Exo. 20:10Isa. 58:13). De esta forma, las disputas de Jesús con respecto a la ley se dieron no sobre su validez, sino sobre su verdadero propósito e interpretación.
Lo que encontramos tanto en el sermón inaugural de Jesús en la montaña, así como en su enseñanza a lo largo de su ministerio, no es una nueva ley, sino más bien la aplicación y validación espiritual de la ley que los fariseos no parecían querer comprender. Por ejemplo, con respecto al sexto y séptimo mandamientos del Decálogo, no cometerás homicidio no cometerás adulterio(Mat 5:2127; ver Exo. 20:1314), Jesús declaró que su violación no se da únicamente cuando se consuma exteriormente un asesinato o un adulterio, sino ya antes, cuando las pasiones carnales que llevan a cometerlos se afincan en el corazón (Mat. 5:2228).
Esta dimensión espiritual de la ley no era contraria tampoco a los mandamientos casuísticos que recibieron “los antiguos”. Aunque el principio de ojo por ojo, y diente por diente (Mat. 5:38), es la expresión natural de la justicia, el AT no ignoraba el principio de la misericordia, la que se manifiesta por devolver bien por mal (Job 31:2930Sal. 35:12Prov. 24:1718; ver Ose. 6:6en relación con Ose. 4:61 Sam. 15:22Mat. 9:1312:7).
Es cierto también que en ocasiones los antiguos fueron enseñados a aborrecer al enemigo (Mat. 5:43), en el sentido de no consentir al mal que éste buscaba, de apartar al pueblo de su Dios (Deut. 2718:9–14, etc.). Sin embargo, esto no significaba que no conociesen el principio de amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mat. 5:43; ver Lev. 19:1718). La ley establecía también: Si encuentras extraviado el buey o el asno de tu enemigo, devuélveselo. Si ves caído debajo de su carga el asno del que te aborrece..., le ayudarás con él (Exo. 23:45).
Otro ejemplo claro de que Jesús no anuló la ley, sino que la “engrandeció” haciéndola honorable (Isa. 42:21), se ve en su consideración del divorcio (Mat. 5:31). No anuló esa ley, pero definió mejor su contexto (v. 32), y explicó la razón que Moisés tuvo al darla: ante vuestra dureza de corazón... (Mat. 19:8). En otras palabras, está el aspecto ideal de la ley que es el que Dios estableció en la Torah, en el relato de la creación (Gén. 2:24), y el aspecto real que introdujo el pecado y que la ley buscaba compensar en alguna forma. Asimismo, cuando le trajeron la mujer adúltera, Jesús no sancionó el adulterio, sino que interpretó en su debida dimensión la ley civil, aún en lo que respecta a la pena de muerte, haciéndola compatible con el principio de la misericordia.
Consideremos un poco mejor el contexto. En el mundo antiguo, la mujer era una propiedad de su padre, o de su marido que había pagado por ella, o de su amo si después de haberla comprado no la quería como mujer (Exo. 21:7–11). Por esta razón, en caso de adulterio, ella no podía ser apedreada sin el consentimiento de su propietario (Lev. 19:20; ver Deut. 22:13–30Núm. 30). Al buscar con qué entrampar a Jesús y acusarlo de ir contra la ley, parece obvio que sus acusadores la indujeron al pecado, y para ello no habrán consultado sin duda con su marido. Y el que inducía a una mujer al adulterio era también condenado (Lev. 20:10Deut. 22:23–27).
Por esta razón Jesús les dijo: El de vosotros que esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella (Juan 8:7). Siendo que estos principios de la ley referente al castigo del adulterio no se estaban cumpliendo, su apedreamiento era injusto. Es así que la sentencia de Jesús, ni yo te condeno. Vete y desde ahora no peques más (v. 11), no iba contra el espíritu de la ley. Varios ejemplos de prostitutas perdonadas aparecen también en la antigua dispensación (Gén. 38Jos. 6:25Ose. 1–3).
Jesús tampoco anuló la ley del diezmo, pero insistió en que ni las ofrendas, ni el ostentamiento exterior de una justicia propia que finge cumplir estrictamente la ley, son una excusa para dejar de lado lo más importante de la ley, a saber, el juicio, la misericordia y la fe. Era necesario hacer estas cosas, dijo a los fariseos, sin omitir aquellas (Mat. 23:23Ose. 6:44:6). No los condenó por guardar la ley, sino por no cumplirla, y por ostentar un celo exagerado por la ley que escondía en realidad su iniquidad interior (Mat. 23:32627).
La norma, el objetivo, el propósito del evangelio sigue siendo el mismo: Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto(Mat. 5:48; ver Lev. 11:444519:21 Ped. 1:1516). Esto quiere decir que así como Dios es perfecto y santo en su esfera, lo debemos ser nosotros en nuestra esfera.
En conclusión, la relación entre la ley antigua y el evangelio es de continuidad. Si hay que hablar de distinción, es de grado, no de clase o naturaleza (J. H. Gerstner). Cuando Jesús dice: La Ley y los Profetas fueron hasta Juan. A partir de entonces son anunciadas las buenas nuevas del reino de Dios... (Luc. 16:16), no presenta ninguna antítesis. No está diciendo que la predicación del reino ahora anula la ley de Moisés o los profetas, sino que ha llegado la época del cumplimiento. El contexto revela por un lado que los que se justifican a sí mismos no tienen cabida dentro del reino (v. 15), y por el otro, que los que creen que la ley se anula se equivocan (vv. 17182931). Aunque hay una mayor revelación de la gracia y la verdad por medio de Jesucristo, que lo que había podido percibirse en “la ley” que Dios dio por medio de Moisés (Juan 1:17), la luz nueva no elimina la vieja, sino que la enriquece y complementa.

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