"Otra vez Jesús les habló diciendo: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida "Juan 6:35.
Con esta potente afirmación de Jesús, entramos a una nueva declaración que nuestro Señor hizo con respecto a su deidad en las declaraciones de "Yo Soy".
Todos sabemos para qué sirve una luz. Por ella podemos ser iluminados y así poder ver bien las cosas que nos rodean. La luz tiene muchos beneficios para el hombre. Antiguamente no existía la luz eléctrica, y la gente tenía que alumbrarse con velas, antorchas, fogatas, y cosas parecidas. La luz nos hace conscientes de la necesidad que tenemos de ser alumbrados. Necesitamos, de al menos un pequeño foco de luz para salir de la oscuridad. Pero...¿Qué es realmente la luz?
En cierta ocasión, el famoso científico Einstein fue retado cuando aún era un niño, a explicar acerca de la bondad y existencia de Dios. Dentro de su explicación, Einstein dijo algo que científicamente es lo correcto. El dijo que la oscuridad es básicamente, la ausencia de la luz, dejando establecido que Dios no creó el mal, sino que éste, se origina por la ausencia del bien, de la misma manera que la oscuridad aparece por la falta de luz.
Cuando el hombre pecó desobedeciendo a Dios, su Creador, y dando con ello entrada al pecado, con el pecado entraron igualmente las tinieblas y la oscuridad. La luz de Dios, que hasta entonces había alumbrado al hombre, se apartó por causa del pecado y comenzamos a ser invadidos por las tinieblas. Sin embargo, en su infinita misericordia, Dios no apartó su luz totalmente del hombre, comenzando a convivir la luz de Dios, con las tinieblas del hombre.
A través de la historia de la humanidad podemos observar de qué manera Dios ha estado alumbrando al hombre y guiándolo hacia El de diversas maneras, mientras las tinieblas lo envolvían más.. La venida de Cristo a la tierra significó la venida de la misma Luz para alumbrar y guiar, echando fuera toda oscuridad y tinieblas del corazón del hombre.
Cuando Jesús hizo esta tremenda declaración, en Jerusalén se estaba celebrando la fiesta de los Tabernáculos. Esta era una de las principales fiestas en Israel, y en la cual se recordaba cuando los judíos, después de su salida de Egipto, moraron en tiendas en el desierto (Levítico 23:33)
Uno de los ritos que se hacían en esta fiesta consistía en llevar agua del estanque de Siloé y derramarla sobre el altar. También se recordaba el fuego, o la luz que guió al pueblo en el desierto. En esta última ocasión, se encendían grandes hogueras en el atrio de las mujeres. Por medio de todos estos ritos, el judío se hacía consciente de su necesidad de recibir la luz de Dios para ser guiados y librados de toda oscuridad. Fue entonces cuando, en medio de este reconocimiento personal e íntimo de cada judío que asistía a la fiesta, Jesús pronunció esa poderosa afirmación de que él era la Luz del mundo.
Cabe imaginarnos el asombro de todos cuando oyeron estas palabras. Seguramente que muchos lo creyeron y siguieron a Jesús, beneficiándose en gran manera por ello. Sin embargo, muchos otros fueron los que despreciaron la verdadera luz y quedaron sumidos en sus tinieblas.
Hoy día, y al igual que cuando Jesús pronunció este segundo "Yo Soy" muchos somos los que nos hemos acercado a la luz verdadera, y andamos en esa luz, no teniendo ya parte con las tinieblas, y gozando de comunión con Dios y los hermanos, mientras la sangre preciosa de Cristo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7) Sin embargo, todavía hay muchos otros que andan en densas tinieblas, sin encontrar esa Luz verdadera que alumbra hacia la vida eterna.
Jesús dijo que nosotros, que ya recibimos la Luz, somos ahora luz para el mundo. Nuestra obligación es alumbrar para que otros salgan de sus tinieblas y sean verdaderamente libres. En nuestras manos está el reto de presentar la Luz verdadera a un mundo sumido en densas tinieblas. ¿Lo haremos?
Cuando Jesús hizo esta tremenda declaración, en Jerusalén se estaba celebrando la fiesta de los Tabernáculos. Esta era una de las principales fiestas en Israel, y en la cual se recordaba cuando los judíos, después de su salida de Egipto, moraron en tiendas en el desierto (Levítico 23:33)
Uno de los ritos que se hacían en esta fiesta consistía en llevar agua del estanque de Siloé y derramarla sobre el altar. También se recordaba el fuego, o la luz que guió al pueblo en el desierto. En esta última ocasión, se encendían grandes hogueras en el atrio de las mujeres. Por medio de todos estos ritos, el judío se hacía consciente de su necesidad de recibir la luz de Dios para ser guiados y librados de toda oscuridad. Fue entonces cuando, en medio de este reconocimiento personal e íntimo de cada judío que asistía a la fiesta, Jesús pronunció esa poderosa afirmación de que él era la Luz del mundo.
Cabe imaginarnos el asombro de todos cuando oyeron estas palabras. Seguramente que muchos lo creyeron y siguieron a Jesús, beneficiándose en gran manera por ello. Sin embargo, muchos otros fueron los que despreciaron la verdadera luz y quedaron sumidos en sus tinieblas.
Hoy día, y al igual que cuando Jesús pronunció este segundo "Yo Soy" muchos somos los que nos hemos acercado a la luz verdadera, y andamos en esa luz, no teniendo ya parte con las tinieblas, y gozando de comunión con Dios y los hermanos, mientras la sangre preciosa de Cristo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7) Sin embargo, todavía hay muchos otros que andan en densas tinieblas, sin encontrar esa Luz verdadera que alumbra hacia la vida eterna.
Jesús dijo que nosotros, que ya recibimos la Luz, somos ahora luz para el mundo. Nuestra obligación es alumbrar para que otros salgan de sus tinieblas y sean verdaderamente libres. En nuestras manos está el reto de presentar la Luz verdadera a un mundo sumido en densas tinieblas. ¿Lo haremos?
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