lunes, 30 de abril de 2018

Serie: Las Bienaventuranzas


Bienaventurados los que lloran...
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación"(Mateo 5:4)
En esta nueva ocasión vamos a estar examinando la segunda de las conocidas Bienaventuranzas que Jesús pronunció a una multitud hambrienta de nuevos cambios en sus vidas.
No obstante, antes nos conviene conocer la importancia de las Bienaventuranzas en la vida de los creyentes. Cada una de las Bienaventuranzas refleja el carácter y la mente de Cristo, enseñan el camino a la felicidad, y también, guían nuestros pasos hacia la santidad. Todo esto debemos tenerlo presente al estar analizando cada una de las Bienaventuranzas.
La segunda de ellas dice así: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación"  Al decir estas palabras, Jesús no se está refiriendo a sentirse triste por las circunstancias o problemas que nos vengan en la vida y tener la garantía de que recibiremos consolación. Antes bien, Jesús se refiere a que son bienaventurados los que lloran como resultado de entender la condición de mendigos espirituales que son si no tienen a Dios con ellos. Se llora por el dolor del pecado en un corazón arrepentido. Y esto lo saben todos cuantos han experimentado el nuevo nacimiento por medio de reconocer su naturaleza pecaminosa, y la necesidad de ser renovados desde lo más interno del ser.
Personalmente yo puedo dar testimonio de esta verdad al recordar cuando, en un momento que Dios determinó para mí, el velo que cubría mi mente desapareció, dándome cuenta con ello la condición espiritual en la que me hallaba delante de Dios. Al comprenderlo claramente, no pude evitar sentir dolor por los pecados que hasta entonces había cometido, y experimenté el lloro espiritual con lágrimas físicas durante cuatro días consecutivos. En cada uno de esos días que iba trascurriendo, Dios me iba limpiando y preparando para lo que El tenía establecido para mi vida.
"Bienaventurados los que lloran..." El llanto bienaventurado es aquel que proviene de un corazón dolido y humillado por no haber estado en la perfecta voluntad de Dios, sino haberse dejado llevar por el pecado y las cosas pecaminosas que dominan el mundo.
Sin embargo, cuando uno es capaz de humillarse y permitir que el Espíritu Santo convenza de los pecados de cada uno, entonces es cuando, al ser confrontados por ellos, somos llevados también a deshacernos de ellos por la fe en el sacrificio de Cristo. Luego, lo que nos queda, es recibir la promesa que viene cuando, después de haber llorado por nuestra condición, seguimos adelante tras haber recibido el perdón de nuestro Señor. Esa promesa es la que Cristo nos dejó en esta bienaventuranza, "Porque ellos recibirán consolación" ¿Cuándo se nos ofrece la promesa de consolación? Pues, siempre. En todo el tiempo que estemos peregrinando por este mundo y seamos contristados por cualquier problema o adversidad, tendremos consolación.
2 Tesalonicenses 2:16 dice así: "Y el mismo Jesucristo Señor nuestro y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia" 
La consolación que recibimos de Dios es eterna, está siempre a mano del creyente necesitado de ella. Es por esto que aunque andemos en el valle de sombra de muerte recibiendo los dardos de fuego del maligno, y siendo abrumados por diversas pruebas, siempre tendremos consolación de nuestro Dios, trayendo con ella, un nuevo empuje para seguir hacia la meta que tenemos por delante en esta carrera de la fe.
El mundo hoy día puede llorar por falta de muchas cosas. Puede llorar por falta de pan, de agua, de justicia, de paz, de amor...Sin embargo, cuando el ser humano llora porque experimenta el conocimiento de sus muchos pecados, termina siendo bienaventurado cuando acaba arrepentido y perdonado por Dios.
Nuestro Señor promete a los tales, ser consolados y avivados siempre. Su promesa es eterna. El nos dará la consolación aún más allá de la muerte, cuando estemos gozando de su inigualable presencia.
"Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron".

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