lunes, 15 de abril de 2019

La Ley de Dios (7)

 LA LEY EN PABLO

El ministerio de Jesús, aunque tenía como objetivo a toda la humanidad, se llevó a cabo primeramente para con el pueblo de la promesa (ver Juan 10:16Mat. 10:5628:1920). Pero, ¿qué decir del ministerio del apóstol de los gentiles? ¿Rebajó Pablo el carácter de la ley divina revelada en el Antiguo Pacto? ¡De ninguna manera!, respondió en Romanos 3:31más bien, confirmamos la ley.
Sin embargo, su ministerio consistió en destacar la supereminente grandeza de la gracia, que va más allá de la ley, y que es la esencia del evangelio (Rom. 5:20Ef. 1:193:7–9; ver Juan 1:17). Esto no significaba, según fue calumniado (Rom. 3:8), que su evangelio conducía al libertinaje, con la idea de hacer lo malo para que venga lo bueno (Rom. 3:86:12; ver 2 Ped. 2:19; ver 3:1516).
¿En qué consistía este evangelio supremo de la gracia y en qué difería del enfoque farisaico al cual los judíos de su tiempo estaban adheridos? En que los judíos no cumplían sus ceremonias rituales con fe en Aquel a quien señalaba todo el ritual hebreo, sino que le daban un valor intrínseco que no poseían (Gál. 3:2–5Heb. 4:29:910). En que los gentiles, que no iban tras la justicia, pues ni la conocían (Ef. 2:1–3), alcanzaron la justicia que es por la fe, porque es por gracia (Ef. 2:8); mas Israel, que iba tras la ley de justicia, no alcanzó la ley porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley (Rom. 9:30–32Heb. 4:2). Pues, ignorando la justicia de Dios y procurando establecer su propia justicia, no se han sujetado a la justicia de Dios (Rom. 10:3). Esto se hizo especialmente manifiesto cuando rechazaron a Aquel en quien la ley y la gracia se habían hecho carne (Rom. 9:3233; ver Juan 1:14).
Porque el fin [telos] de la ley es Cristo (Rom. 10:4). En el griego clásico y en el NT, así como en español, la palabra telos, “fin”, puede significar tanto “blanco”, “propósito”, como “terminación”, “cancelación”. Los últimos trabajos sobre la ley en esta década concluyen correctamente que la ley es válida para el cristiano, pero están divididos en cuanto a cuál de los dos significados de telosadoptar. Y es que en los escritos de Pablo hay tantas evidencias para asumir que en Cristo la ley fue anulada en su ministerio de esclavización, condenación y muerte, como que su propósito fue revelar a Cristo.
Ministerio de esclavización, condenación y muerte. Pablo afirma que es ridículo justificarse en la ley, y hacer ostentación por las obras de la ley, porque tanto judíos como gentiles, todos están bajo pecado no alcanzan la gloria de Dios (Rom. 3:923). Con esto no está diciendo nada nuevo, pues recurre a la ley para corroborar lo que dice. Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: “Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para cumplirlas”(Gál. 3:10; ver Deut. 27:26). Luego cita Habacuc 2:4 para probar que por la ley nadie es justificado delante de Dios, pues el justo vivirá por la fe (Gál. 3:11Rom. 1:17).
De acuerdo al entendimiento de Pablo, tanto Abraham como David y toda la descendencia del “padre de todos los creyentes” en la antigua dispensación fueron justificados por la fe, nunca por mérito propio (Gál. 3:6–9Rom. 4Heb. 11:1–12:2). En el juicio, Dios justificará por la fe a los de la circuncisión (judíos), y mediante la fe a los de la incircuncisión (gentiles) (Rom. 3:30). Si los hombres rechazan la justicia de Dios (Rom. 3:21–26), que implica el pago de la culpa propia por un inocente (Rom. 6:238:32) —lo que puede parecer injusto a la vista de los hombres (Rom. 5:78)— es porque su aceptación hace que la jactancia y la soberbia del que se justifica a sí mismo muerda el polvo (Rom. 3:27; ver 6:2–72:23–251 Cor. 1:29Deut. 7:78).
Siendo que no hay justo ni aun uno (Rom. 3:10), la ley no puede salvar, sino que tiene la misión de definir el pecado (Rom. 3:207:7) y condenar al transgresor (1 Cor. 3:79Rom. 5:16187:1013). Por esta razón, el buscar justicia propia o salvación en la ley es necedad (Rom. 3:20; ver Luc. 17:10). Esto no significa que para los judíos fuese malo gloriarse en la elección de Israel (Rom. 3:12Rom. 9:45), pues no era jactarse en ellos mismos, sino regocijarse en gratitud por algo que Dios hizo (Deut. 7:781 Cor. 1:29). Así también, el privilegio de los cristianos es gloriarse en la cruz de Cristo (Gál. 6:14; ver Rom. 5:211), porque se trata de algo que Dios hizo, y en donde la jactancia humana queda también excluida (1 Cor. 1:3031Fil. 3:3).
En su condición natural, después de la caída de Adán, todo ser humano, todo el mundo, está bajo la ley de Dios, es decir, bajo juicio ante Dios (Rom. 3:1911:32). Pues la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede. Así que, los que viven según la carne no pueden agradar a Dios (Rom. 8:78). Y a menos que apareciesen las buenas nuevas de la salvación en Cristo, todos permanecerían custodiados bajo la ley (Gál. 3:23). Pero fue justamente cuando los hombres estaban muertos en delitos y pecados, y por naturaleza éramos hijos de ira y de desobediencia (Ef. 2:1–3), que por exclusiva iniciativa de Dios se reveló su gracia (Ef. 1:4 ss.; 2:4–9).
¿Para qué fue necesaria la gracia? Primero que todo, en lo que atañe al código divino, para redimirnos de la maldición de la ley (Gál. 3:13). No porque la ley fuese en sí misma una maldición, sino porque nuestra desobediencia la transformó en maldición (Gál. 3:13Rom. 7:10121316). En segundo lugar, para hacer del pecador condenado una nueva criatura (2 Cor. 5:17). El pecador es transformado según el modelo de Jesús, el Hijo de Dios, con el propósito de hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Ef. 2:10). De esta forma, una vez que el hombre es redimido de su condenación y hecho una nueva criatura en Cristo, ya no tiene más problemas con la ley, pues está bajo la gracia (Rom. 6:14).
¿Qué significa estar bajo la gracia? No que los requerimientos de la ley han cambiado, sino que la posición del hombre ante ella es diferente. La nueva criatura es una persona convertida por el Espíritu de Dios, a tal punto que deja de ser carnal, vendido al pecado (Rom. 7:14). Y al convertirse a Cristo, se transforma en un ser espiritual, para que el pecado no se enseñoree más de él (Rom. 6:14), sino que se cumpla en él la justicia de la ley (Rom. 8:1–9). A esta justicia no se sujetaron los judíos, a pesar de que iban tras ella, pues rechazaron a Cristo, y reemplazaron la justicia divina que vino a ofrecerles por la suya propia (Rom. 9:31–3310:3).
Otra característica de la ley que los judíos parecían haber olvidado es que la ley es espiritual (Rom 7:14), pues sólo en un hombre convertido pueden sus demandas ser escritas y cumplirse (Rom. 2:25–298:47–9). Esto no es tampoco una novedad del cristianismo, pues es lo que se enseñaba en la antigua dispensación (Deut. 30:6–11Jer 4:4Jer. 31:33). La letra (de la ley) mata, destruye, porque al no dársele cabida dentro del corazón, permanece como algo exterior, sin vida, y por consiguiente condena (2 Cor. 3:6). Así era la ley para los judíos en los días de Pablo, pues tenían en la ley la completa expresión del conocimiento y de la verdad pero no la incorporaban en sus vidas (Rom. 2:20 ss.). Sin embargo, cuando el Espíritu de Cristo la escribe no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones humanos (2 Cor. 3:3), el pecador condenado, sea judío o gentil, se transforma en carta de Cristo (2 Cor. 3:3), porque es Cristo a través de su Espíritu quien la escribe en el interior. Esto no lo podía hacer la ley, sino sólo Cristo (Rom. 8:1–4).
Mientras la gracia de Jesucristo no se manifestase, íbamos a estar sujetos a la letra de la ley, es decir, a su esclavitud, como una mujer lo está de su marido mientras éste vive (Rom. 7:1–6). Pero al renunciar al pecado y participar de la muerte de Cristo (Rom. 6:2–8), lo antiguo de la letra no tiene más poder sobre nosotros (Rom. 7:6), porque el que ha muerto (con Cristo) ha sido justificado del pecado (Rom. 6:7Gál. 2:20). Pablo está hablando aquí, más allá del legalismo esclavizante en el que cayeron los judíos, del poder condenatorio y destructor de la ley (Rom. 7:101113). Ahora que hemos muerto con Cristo y participado de su bautismo, concluye, le servimos bajo el régimen nuevo del Espíritu (Rom. 7:6).
En otras palabras, bajo este “nuevo régimen” no hay incompatibilidad entre la ley y el “nuevo hombre”, pues como ya vimos, el Espíritu escribe la ley en el corazón. Por consiguiente, al no ser más condenados por la letra de la ley, podemos deleitarnos en ella y descubrir lo inverso del que descubre que está en pecado, que la ley es en realidad para vida (Rom 7:10), y que el mandamiento es santo, justo y bueno (Rom. 7:12).
La ley como “blanco” o “propósito”. Cuando se mira la ley desde una perspectiva negativa, puede interpretarse también que su propósito es revelar a Cristo, pues al condenarnos, nos prepara para la fe que había de ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro tutor (pedagogos), para llevarnos a Cristo, para que fuésemos justificados por la fe (Gál. 3:2324).
La palabra pedagogos, traducida tutor en RVA, ha sido considerada como un “educador” o, contrariamente, un “amo de tarea” (Martin). Si se considera como un “educador”, significaría que la ley instruye para llevar a Cristo. En este caso, la ley podría ser vista en su carácter figurativo y ceremonial, como sombra o representación de la obra que iba a cumplir Cristo (Col. 2:17Heb. 10:1). Pues una vez venido Cristo, todo el ritual figurativo antiguo caduca (ver Gál. 3:24). En otro lugar Pablo se refiere a este aspecto prefigurativo de la ley, como a los pactos de la promesa (Ef. 2:12). Sin embargo, el contexto de Gálatas no parece restringirse a la ley ceremonial, por lo que el sentido de pedagogos es más bien el de un amo que tiene sometido a sus siervos.
Bajo este contexto, ¿cómo es que la ley tendría el propósito de guiar a Cristo? En el sentido de que los esclavos del pecado serían inducidos bajo la ley a contemplar a su Libertador para obtener la liberación que se obtiene por la fe (Gál. 3:24). Una vez venido Cristo, el creyente ya no está más bajo ese amo externo (v. 25), “bajo el régimen viejo de la letra” que no puede dar vida (Gál. 3:212 Cor. 3:6Rom. 8:3), pues lo único que hace es condenar y destruir (Rom. 8:12). Como el Espíritu escribe la ley en el corazón y produce vida, está entonces bajo la gracia (2 Cor. 3:36Rom. 8:69).
Ministerio de enseñanza, instrucciónSi Pablo hubiese presentado en forma unilateral la ley del AT como algo exclusivamente negativo, habría cometido un error de interpretación gravísimo. El AT está lleno de expresiones positivas acerca de la ley. El salmista se deleitaba en la ley del Señor y gustaba contemplar sus maravillas (Sal. 119:18247792129143). Se regocijaba en los mandamientos divinos y los amaba de todo corazón (vv. 34474897111113117). Pedía la ley de Dios por misericordia (v. 29), pues al tenerla y obedecerla podía permanecer en libertad (v. 45; ver Stg. 1:252:12). Grandes bendiciones y sabiduría obtenía por guardarla (vv. 555698–100104). Y en su experiencia de hombre convertido al Señor podía decir: Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo (v. 165).
Así resulta la ley para toda persona convertida, tanto durante la época antigua como durante la nueva. Pues ante todo, se trata de la ley de Dios (Rom. 7:22258:7), que revela su voluntad (Rom. 2:1718), y que por consiguiente no está en desacuerdo con sus promesas (Gál. 3:21). Como lo reconocía también el salmista en la antigüedad, la ley es santa, justa y buena (Rom. 7:1216). En su carácter espiritual (Rom 7:14), la ley se caracteriza por el amor (Rom. 13:8–10Gál. 5:14). El conocimiento y la verdad se obtienen por su meditación (Rom. 2:20; ver Sal. 119:97–100104Ose. 4:6). Se establece en la experiencia de aquel que marcha por fe, no por obras (Rom. 3:31). Sus justos requerimientos se cumplen en los que obran conforme al Espíritu (Rom 8:4).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar en esta página.Si te ha gustado haz clik en;Me gusta