lunes, 8 de enero de 2018

Serie: Guerreros de la fe


GUILLERMO CAREY                   Padre de las misiones modernas 
 (1761-1834) 
Siendo niño, Guillermo Carey sentía una verdadera pasión por el estudio de la naturaleza. Su dormitorio estaba lleno de colecciones disecadas de insectos, flores, pájaros, huevos, nidos, etc. Cierto día, al intentar alcanzar un nido de pájaro, cayó de un árbol alto. Cuando trató de subir por la segunda vez, cayó nuevamente. Insistió por tercera vez en su intento, pero cayó quebrándose una pierna.
Algunas semanas después, antes de que su pierna estuviese completamente sana, Guillermo entró en su casa con el nido en la mano. "¡¿Subiste al árbol nuevamente?!" exclamó su madre. "No pude evitarlo. Tenía que poseer el nido, mamá", respondió el chiquillo. Se dice que Guillermo Carey, fundador de las misiones actuales, no estaba dotado de una inteligencia superior ni poseía tampoco ningún don que deslumbrase a los hombres. Sin embargo, fue esa característica de persistir, con espíritu indómito e inconquistable, hasta llevar a término todo cuanto iniciaba, el secreto del maravilloso éxito de su vida. Cuando Dios lo llamaba para que iniciara alguna tarea, él permanecía firme, día tras día, mes tras mes, y año tras año hasta acabarla. Dejó que el Señor se sirviera de su vida, no solamente para evangelizar durante un período de cuarenta y un años en el extranjero, sino también para realizar la hazaña, por increíble que parezca, de traducir las Sagradas Escrituras a más de treinta lenguas. El abuelo y el padre del pequeño Guillermo eran, respectivamente, profesor y sacristán (Iglesia Anglicana) de la parroquia. De esa manera el hijo aprendió lo poco que el padre podía enseñarle. Pero no satisfecho con eso, Guillermo continuó sus estudios sin maestro. A los doce años adquirió un ejemplar del Vocabulario latino, por Dyche, que Guillermo se aprendió de memoria. A los catorce años se inició en el oficio como aprendiz de zapatero. En la tienda encontró  algunos libros, de los cuales se aprovechó para estudiar. De esa manera inició el estudio del griego. Fue en ese tiempo que llegó a reconocer que era un pecador perdido, y comenzó a examinar cuidadosamente las Escrituras. Poco después de su conversión, a los 18 años de edad, predicó su primer sermón. Al verificar que el bautismo por inmersión es bíblico y apostólico, dejó la denominación a que pertenecía. Tomaba prestado libros para estudiar, y a pesar de vivir pobremente, adquirió algunos libros usados. Uno de sus métodos para aumentar el conocimiento de otras lenguas, consistía en leer diariamente la Biblia en latín, en griego y en hebreo. A los veinte años de edad se casó. Sin embargo, los miembros de la iglesia donde predicaba eran pobres y Carey tuvo que continuar con su oficio de zapatero para ganar el pan cotidiano. El hecho de que el señor Oíd, su patrón, exhibiese en la tienda un par de zapatos fabricados por Guillermo, como muestra, era una buena prueba de la habilidad del muchacho. Fue durante el tiempo que enseñaba geografía en Moulton que Carey leyó el libro titulado Los viajes del Capitán Cook, y Dios le habló a su alma acerca del estado abyecto de los paganos que vivían sin el evangelio. En su taller de zapatero fijó en la pared un mapamundi de gran tamaño, que él mismo había diseñado cuidadosamente. En ese mapa incluyó toda la información pertinente disponible; el número exacto de la población, la flora y la fauna, las características de los indígenas de todos los países. Mientras reparaba los zapatos, levantaba los ojos de vez en cuando para mirar su mapa y meditaba sobre las condiciones de los distintos pueblos y la manera de evangelizarlos. Fue así como sintió más y más el llamado de Dios para que preparase la Biblia para los millones de hindúes, en su propia lengua. La denominación a la que Guillermo pertenecía, después de aceptar el bautismo por inmersión, se hallaba en gran decadencia espiritual. Esto fue reconocido por algunos de los ministros, los cuales convinieron en pasar "una hora orando el primer lunes de todos los meses", pidiendo a Dios un gran avivamiento de la denominación. En efecto, se esperaba un despertamiento, pero como sucede muchas veces, no pensaron en la manera en que Dios les respondería. En aquel tiempo las iglesias no aceptaban la idea de llevar el evangelio a los paganos, por considerarla absurda. Cierta vez en una reunión del ministerio, Carey se levantó y sugirió que ventilasen este asunto: El deber de los creyentes en promulgar el evangelio entre las naciones paganas. El venerable presidente de la reunión, sorprendido, se puso de pie y gritó: "Joven, ¡siéntese! Cuando Dios tuviese a bien convertir a los paganos, El lo hará sin su auxilio ni el mío." A pesar de ese incidente, el fuego continuó ardiendo en el alma de Guillermo Carey. Durante los años siguientes se esforzó ininterrumpidamente, orando, escribiendo y hablando sobre el asunto de llevar a Cristo a todas las naciones. En mayo de 1792 predicó su memorable sermón sobre Isaías 54:2-3 : "Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas. Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas." Disertó sobre la importancia de esperar grandes cosas de Dios y, luego puso de relieve la necesidad de emprender grandes obras para Dios. El auditorio se sintió culpable de haber negado el evangelio a los países paganos, al punto de "clamar en coro". Se organizó entonces la primera sociedad misionera en la historia de las iglesias de Cristo, para la predicación del evangelio entre los pueblos nunca antes evangelizados. Algunos ministros como Brainerd, Eliot y Schwartz ya habían ido a predicar en lugares distantes, pero sin que las iglesias se uniesen para sustentarlos. A pesar de que la formación de la sociedad fue el resultado de la persistencia de Carey, él mismo no tomó parte en su establecimiento. Sin embargo, en ese tiempo se escribió lo siguiente acerca de él: "Ahí está Carey, pequeño de estatura, humilde, de espíritu sereno y constante; ha trasmitido el espíritu misionero a los corazones de los hermanos, y ahora quiere que sepan que él está listo para ir a donde quieran mandarlo, y está completamente de acuerdo en que formulen todos los planes." Pero ni siquiera con esa victoria le fue fácil a Guillermo Carey materializar su sueño de llevar a Cristo a los países que permanecían en tinieblas, aunque dedicaba su espíritu indómito para alcanzar la meta que Dios le había marcado. La iglesia donde predicaba, no consentía que dejase el pastorado, y sólo después que los miembros de la Sociedad visitaron la iglesia, fue que este problema se resolvió. En el informe de la iglesia consta lo siguiente: "A pesar de estar de acuerdo con él, no nos parece bien que nos deje aquel a quien amamos más que a nuestra propia alma." Sin embargo, lo que él sintió más fue que su esposa se rehusara terminantemente a irse de Inglaterra con sus hijos. No obstante Carey estaba tan seguro de que Dios lo llamaba para trabajar en la India, que ni la decisión de su esposa lo hizo vacilar. Había otro problema que parecía no tener solución: no se permitía la entrada de ningún misionero en la India. En tales circunstancias era inútil pedir permiso para entrar; y fue en esas condiciones que lograron embarcar, sin poseer ese documento. Desafortunadamente el navío demoró algunas semanas en partir, y poco antes de que zarpara, los misioneros recibieron orden de desembarcar. A pesar de tantos contratiempos, la sociedad misionera continuó confiando en Dios; lograron obtener dinero y compraron un pasaje para la India en un navío dinamarqués. Una vez más Carey le rogó a su querida esposa que lo acompañase. Pero ella persistió en su negativa, y nuestro héroe, al despedirse de ella, le dijo: "Si yo poseyese el mundo entero, lo daría alegremente todo por el privilegio de llevarte a ti y a nuestros queridos hijos conmigo: pero el sentido de mi deber sobrepasa cualquier otra consideración. No puedo volver atrás sin sentir culpa en mi alma." Sin embargo, antes de que el navío partiese, uno de los misioneros fue a la casa de Carey. Muy grande fue la sorpresa y el regocijo de todos al saber que ese misionero lograra convencer a la esposa de Carey para que acompañase a su marido. Dios conmovió el corazón del comandante del navío para que la llevase, en compañía de los hijos, sin cobrar el pasaje. Por supuesto el viaje a vela no era tan cómodo como en los vapores modernos. A pesar de los temporales, Carey aprovechó su tiempo para estudiar el bengalí y ayudar a uno de los misioneros en la obra de traducir el Libro del Génesis al bengalí. Durante el viaje Guillermo Carey aprendió suficientemente bien el bengalí como para entenderse con el pueblo. Poco después de desembarcar comenzó a predicar, y los oyentes venían a escucharlo en número siempre creciente. Carey percibió la necesidad imperiosa de que el pueblo tuviese una Biblia en su propia lengua y, sin demora, se entregó a la tarea de traducirla. La rapidez con que aprendió las lenguas de la India, es motivo de admiración para los mejores lingüistas. Nadie sabe cuántas veces nuestro héroe experimentó grandes desánimos en la India. Su esposa no tenía ningún interés en los esfuerzos de su marido y enloqueció. La mayor parte de los ingleses con quienes Carey tuvo contacto, lo creían loco; durante casi dos años no le llegó ninguna carta de Inglaterra. Muchas veces Carey y su familia carecieron de dinero y de alimentos. Para sustentar a su familia, el misionero se volvió labrador, y trabajó como obrero en una fábrica de añil. Durante más de treinta años Carey fue profesor de lenguas orientales en el Colegio de Fort Williams. Fundó también el Colegio Serampore para enseñar a los obreros. Bajo su dirección el colegio prosperó, y desempeñó un gran papel en la evangelización del país. Al llegar a la India, Carey continuó los estudios que había comenzado cuando era niño. No solamente fundó la Sociedad de Agricultura y Horticultura, sino que también creó uno de los mejores jardines botánicos; escribió y publicó el Hortus Bengalensis. El libro Flora Indica, otra de sus obras, fue considerada una obra maestra por muchos años. No se debe pensar, sin embargo, que para Guillermo Carey la horticultura era sólo una distracción. Pasó también mucho tiempo enseñando en las escuelas de niños pobres. Pero, sobre todo, siempre ardía en su corazón el deseo de llevar adelante la obra de ganar almas. Cuando uno de sus hijos comenzó a predicar, Carey escribió: "Mi hijo, Félix, respondió al llamado de predicar el evangelio." Años más tarde, cuando ese mismo hijo aceptó el cargo de embajador de la Gran Bretaña en Siam, el padre, desilusionado y angustiado, escribió a un amigo: "¡Félix se empequeñeció  hasta volverse un embajador!" Durante los cuarenta y un años que Carey pasó en la India, no visitó Inglaterra. Hablaba con fluidez más de treinta lenguas de la India; dirigía la traducción de las Escrituras en todas esas lenguas y fue nombrado para realizar la ardua tarea de traductor oficial del gobierno. Escribió varias gramáticas hindúes y compiló importantes diccionarios de los idiomas bengalí, maratí y sánscrito. El diccionario bengalí consta de tres volúmenes e incluye todas las palabras de la lengua, con sus raíces y origen, y definidas en todos los sentidos. Todo esto fue posible porque Carey siempre economizó el tiempo, según se deduce de lo que escribió su biógrafo: "Desempeñaba estas tareas hercúleas sin poner en riesgo su salud, porque se aplicaba metódica y rigurosamente a su programa de trabajos, año tras año. Se divertía pasando de una tarea a la otra. El decía que se pierde más tiempo cuando se trabaja sin constancia e indolentemente, que con las interrupciones de las visitas. Observaba, por lo tanto, la norma de tomar, sin vacilar, la obra marcada y no dejar que absolutamente nada lo distrajese durante su período de trabajo." Lo siguiente, escrito para pedirle disculpas a un amigo por la demora en responderle su carta, muestra cómo muchas de sus obras avanzaron juntas: "Me levanté hoy a las seis, leí un capítulo de la Biblia hebrea; pasé el resto del tiempo, hasta las siete, orando. Luego asistí al culto doméstico en bengalí con los sirvientes. Mientras me traían el té, leí un poco en persa con un muncki que me esperaba; leí también, antes de desayunar, una porción de las Escrituras en indostani. Luego, después de desayunar, me senté con un pundite que me esperaba, para continuar la traducción del sánscrito al ramayuma. Trabajamos hasta las diez. Entonces fui al colegio para enseñar hasta casi las dos de la tarde. Al volver a casa, leí las pruebas de la traducción de Jeremías al bengalí, y acabé justo cuando ya era hora de comer. Después de la comida, me puse a traducir, ayudado por el pundite jefe del colegio, la mayor parte del capítulo ocho de Mateo al sánscrito. En esto estuve ocupado hasta las seis de la tarde. Después de las seis me senté con un pundite de Telinga, para traducir del sánscrito a la lengua de él. A las siete comencé a meditar sobre el mensaje de un sermón que prediqué luego en inglés a las siete y media. Cerca de cuarenta personas asistieron al culto, entre ellas un juez del Sudder Dewany Dawlut. Después del culto el juez contribuyó con 500 rupias para la construcción de un nuevo templo. Todos los que asistieron al culto se fueron a las nueve de la noche; me senté entonces para traducir el capítulo once de Ezequiel al bengalí. Acabé a las once, y ahora te estoy escribiendo esta carta. Después, clausuraré mis actividades de este día con oración. No hay día en que pueda disponer de más tiempo que esto, pero el programa varía." Al avanzar en edad, sus amigos insistían en que disminuyese sus esfuerzos, pero su aversión a la inactividad era tal, que continuaba trabajando, aun cuando la fuerza física no era suficiente para activar la necesaria energía mental. Por fin se vio obligado a permanecer en cama, donde siguió corrigiendo las pruebas de las traducciones. Finalmente, el 9 de junio de 1834, a la edad de 73 años, Guillermo Carey durmió en Cristo. La humildad fue una de las características más destacadas de su vida. Se cuenta que, estando en el pináculo de su fama, oyó a cierto oficial inglés preguntar cínicamente: "¿El gran doctor Carey no era zapatero?" Carey al oír casualmente la pregunta respondió: "No, mi amigo, era apenas un remendón." Cuando Guillermo Carey llegó a la India, los ingleses le negaron el permiso para desembarcar. Al morir, sin embargo, el gobierno ordenó que se izasen las banderas a media asta, para honrar la memoria de un héroe que había hecho más por la India que todos los generales británicos. Se calcula que Carey tradujo la Biblia para la tercera parte de los habitantes del mundo. Asi escribió uno de sus sucesores, el misionero Wenger: "No sé cómo Carey logró hacer ni siquiera una cuarta parte de sus traducciones. Hace como veinte años (en 1855) que algunos misioneros, al presentar el evangelio en Afganistán (país del Asia central), encontraron que la única versión que ese pueblo entendía, era la Pushtoo hecha en Sarampore por Carey." El cuerpo de Guillermo Carey descansa, pero su obra continúa siendo una bendición para una gran parte  del mundo.
(Tomado del libro: Biografía de grandes cristianos de Orlando Boyer)

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