lunes, 29 de enero de 2018

Serie: Guerreros de la fe

JUAN  BUNYAN 
Soñador inmortal- 1628-1688

"Caminando por el desierto de este mundo, paré en un sitio donde había una caverna (la prisión de Bedford); allí me acosté para descansar. Pronto me quedé dormido y tuve un sueño. Vi a un hombre cubierto de andrajos, de pie y dando la espalda a su habitación, que llevaba una pesada carga sobre los hombros y en las manos un libro." Hace tres siglos que Juan Bunyan comenzó de esta manera su libro, El peregrino.
 Los que conocen sus obras literarias pueden confirmar que él es, en efecto, "el soñador inmortal" — "a pesar de estar muerto, todavía habla". Sin embargo, aun cuando miles y miles de creyentes conocen El peregrino, son muy pocos los que conocen la historia de la vida dedicada a la oración de este valiente predicador. Bunyan, en su obra, Gracia abundante para el principal de los pecadores, nos informa que sus padres, a pesar de ser muy pobres, consiguieron que él aprendiese a leer y a escribir. El mismo se llamó "el principal de los pecadores"; otros afirman que tuvo "mucha suerte", aún no siendo todavía creyente. Se casó con una joven en cuya familia todos eran creyentes fervorosos. Bunyan era hojalatero, y como sucedía con todos los de su oficio, era pobrísimo. Ella, por su parte, no poseía ni un plato ni una cuchara — solamente tenía dos libros: El camino al Cielo para el hombre sencillo y la práctica de la piedad, obras que su padre le dejara al fallecer. A pesar de que Bunyan encontró en esos dos libros "algunas cosas que le interesaban", fue solamente en los cultos que sintió la convicción de estar camino al infierno. En los siguientes trozos copiados de la Gracia abundante para el principal de los pecadores, se descubre cómo él luchaba en oración durante el período de su conversión: "Llegó a mis manos una obra de los "Ranters", un libro muy apreciado por algunos teólogos. No sabiendo juzgar el mérito de esas doctrinas, me dediqué a orar de esta manera: "Oh Señor, no sé juzgar entre el error y la verdad. Señor, no me dejes solo en esto de aceptar o rechazar esta doctrina ciegamente; si es de Dios, no me dejes despreciarla; si es obra del diablo, no me dejes abrazarla" —y alabado sea Dios por haberme guiado a clamar desconfiando de mi propia sabiduría, y por haberme guardado del error de los "Ranters". La Biblia era para mí muy preciosa en ese tiempo. "Durante el tiempo en que me sentí condenado a las penas eternas, me admiraba de cómo los hombres se esforzaban por conseguir los bienes terrenales, como si esperasen vivir aquí eternamente... Si yo hubiese tenido la seguridad de la salvación de mi alma, cómo me sentiría inmensamente rico, aun cuando no tuviese para comer nada más que frijoles. "Busqué al Señor, orando y llorando, y desde el fondo de mi alma clamé: 'Oh Señor, muéstrame, te lo ruego, que me amas con amor eterno.' Entonces escuché repetidas mis palabras, como en un eco: 'Yo te amo con amor eterno.' Me acosté para dormir en paz y, al despertarme al día siguiente, la misma paz inundaba mi alma. El Señor me aseguró: 'Te amé cuando vivías pecando; te amé antes, te amo después y te amaré siempre.' "Cierta mañana, mientras yo oraba temblando porque pensaba que no obtendría una palabra de Dios para consolarme, El me dio esta frase: 'Te basta mi gracia.'  "Mi entendimiento se llenó de tanta claridad, como si el Señor Jesús me hubiese estado mirando desde el cielo a través del tejado de la casa y me hubiese dirigido esas palabras. Volví a mi casa llorando, transportado de gozo, y humillado hasta el polvo. "Sin embargo, cierto día, mientras caminaba por el campo, con mi conciencia intranquila, repentinamente estas palabras se apoderaron de mi alma: 'Tu justicia está en los cielos.' Con los ojos del alma me pareció ver a Jesucristo sentado a la diestra de Dios, que permanecía allí como mi justicia... Además vi que no es mi buen corazón lo que mejora mi justicia, ni lo que tampoco la perjudica; porque mi justicia es el propio Cristo, el mismo ayer, hoy y para siempre. Entonces las cadenas cayeron de mis tobillos: quedé libre de mis angustias y las tentaciones que me asechaban perdieron su vigor; dejé de sentir temor por la severidad de Dios y regresé a mi casa regocijándome con la gracia y el amor de Dios. No encontré en la Biblia la frase: Tu justicia está en los cielos', pero hallé: 'El cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención' (1Co_1:30), y vi que la otra frase era verdad. "Mientras así meditaba, la siguiente porción de las Escrituras penetró con poder en mi espíritu: 'Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia.' Así fui levantado a las alturas y me hallé en los brazos de la gracia y de la misericordia. Antes temía a la muerte, pero después clamé: 'Quiero morir.' La muerte se volvió para mí una cosa deseable. No se vive verdaderamente antes de pasar para la otra vida. '¡Oh', pensaba yo, 'esta vida es apenas un sueño en comparación con la otra!' Fue en esa ocasión que las palabras 'herederos de Dios' se volvieron tan profundamente significativas para mí, que no puedo explicarlas con palabras terrenales. '[Herederos de Dios!' El propio Dios es la porción de los santos. Fue eso lo que vi y lo que me llenó de admiración; sin embargo, no puedo contar todo lo que vi... Cristo era un Cristo precioso en mi alma, constituía mi gozo; la paz y el triunfo en Cristo eran tan grandes, que con mucha dificultad pude seguir acostado." Bunyan, en su lucha por libertarse de la esclavitud del vicio y del pecado, no cerraba su alma a los seres desorientados que ignoraban los horrores del infierno. Acerca de esto él escribió: "Mediante las Escrituras percibí que el Espíritu Santo no quiere que los hombres entierren sus talentos y dones en la tierra, sino más bien que aviven esos dones... Doy gracias a Dios por haberme concedido la capacidad de amar y tener compasión por el alma del prójimo, y por haberme inducido a esforzarme grandemente para hablar una palabra que Dios pudiese usar para apoderarse de la conciencia y despertarla. En eso el buen Señor respondió al anhelo de su siervo, y la gente comenzó a mostrarse conmovida y angustiada al percibir el horror de sus pecados y la necesidad de aceptar a Jesucristo. "Desde lo más profundo de mi corazón clamé a Dios insistentemente para que El hiciese eficaz la Palabra para la salvación del alma... De hecho, le dije al Señor repetidamente que si el sacrificio de mi vida a la vista de la gente sirviese para despertarlos y confirmarlos en la verdad, yo lo aceptaría alegremente. "Al ejercer mi ministerio, mi mayor anhelo era llegar a los lugares más obscuros del país... Cuando predicaba, realmente sentía dolores de parto para que naciesen hijos para Dios. Si no había fruto, yo no le daba importancia a ninguna alabanza que pudiese recibir por mis esfuerzos; habiendo fruto, no mi importaba oposición alguna." Los obstáculos que Bunyan tenía que enfrentar, eran muchos y variados. Satanás al verse grandemente perjudicado por la obra de ese siervo de Dios, comenzó a erigir barreras de toda clase. Bunyan luchaba fielmente contra la tentación de vanagloriarse por el éxito de su ministerio, a fin de no caer en la condenación del diablo. Cuando cierta vez uno de sus oyentes le dijo que había predicado un buen sermón, él le respondió: "No necesita decírmelo, el diablo ya me susurró al oído eso mismo antes de dejar el pulpito. Luego el enemigo de las almas indujo a los impíos a que lo calumniasen y esparciesen rumores contra Bunyan por todo el país, con el fin de hacerlo abandonar su ministerio. Lo llamaban hechicero, jesuita, contrabandista, y afirmaban que vivía con una amante, que tenía dos mujeres y que sus hijos eran ilegítimos. Cuando al 'maligno' le fallaron todos esos planes de desviar a Bunyan de su ministerio glorioso, sus  enemigos lo acusaron de no observar los reglamentos de los cultos de la iglesia oficial. Las autoridades civiles lo sentenciaron a prisión perpetua, negándose terminantemente a revocar la sentencia, a pesar de todos los esfuerzos de los amigos de Bunyan y de los ruegos de su esposa — tenía que quedar preso hasta el día que jurase que nunca más volvería a predicar. Respecto a su prisión, él nos cuenta: "Nunca había sentido tanto la presencia de Dios a mi lado en todo instante, como después de que fui encerrado.. - fortaleciéndome tan tiernamente con esta o aquella Escritura, hasta el punto de que llegué a desear, si ello fuese lícito, mayores tribulaciones, con tal de recibir mayor consolación. "Antes de caer preso yo preveía lo que me sucedería, y dos cosas ardían en mi corazón con respecto a cómo podía encarar la muerte, si llegase a ese punto. Fui guiado a orar, a pedirle a Dios que me fortaleciese 'con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad, con gozo dando gracias al Padre'. Durante todo el año antes de caer preso, casi nunca oré sin que esa Escritura estuviese en mi mente, y sin que yo comprendiese que para sufrir con toda paciencia, debía tener una gran fortaleza de espíritu, especialmente para sufrir con alegría. "La segunda consideración fue en el pasaje que dice: 'Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos.' Por esta Escritura comprendí que si yo llegase al punto de sufrir como debía, primeramente tenía que sentenciar a muerte todas las cosas que pertenecen a nuestra vida, considerándome a mí mismo, a mi esposa, mis hijos, mi salud, los placeres, todo, en ira, como muertos para mí y yo para ellos. "Resolví, como dijo Pablo, a no mirar las cosas que se ven, sino las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. Y comprendí que si yo fuese prevenido solamente de caer preso, podría de improviso ser llamado también para ser azotado o amarrado a la picota. Aun cuando esperase sólo esos castigos, no soportaría el castigo del destierro. Pero la mejor manera de aguantar los sufrimientos era confiar en Dios, con relación al mundo venidero, y en cuanto a este mundo, debía considerar al sepulcro como mi morada, extender mi lecho en las tinieblas, y decir a la corrupción: 'tú eres mi padre', y a los gusanos: 'Ustedes son mi madre y mi hermana' (Job_17:13-14). "Sin embargo, a pesar de ese consuelo, me sentí un hombre rodeado de debilidad. La separación de mi esposa y de nuestros hijos, aquí en la prisión, se vuelve a veces como si se separase la carne de los huesos. Y esto no solamente porque me acuerdo de las tribulaciones y miserias que están sufriendo mis seres queridos, especialmente mi hijita ciega. ¡Pobre hija mía, qué triste es tu existencia en este mundo! [Vas a ser maltratada; pedirás limosnas, pasarás hambre, frío, desnudez y otras calamidades! ¡Oh, los sufrimientos de mi cieguita me quebrarían el corazón en pedazos! "Yo también meditaba mucho sobre el horror del infierno para aquellos que temían la cruz, al punto de negarse a glorificar a Cristo, y de rechazar sus palabras y leyes ante los hijos de los hombres. Pero mucho más pensaba sobre la gloria que Cristo preparaba para aquellos que con amor, fe y paciencia daban testimonio de El. El recuerdo de estas cosas servía para disminuir la tristeza que sentía al recordar que mis seres queridos estaban sufriendo por el testimonio de Cristo." Pero todos los horrores de la prisión no fueron suficientes para quebrantar el espíritu de Juan Bunyan. Cuando le ofrecían su libertad a cambio de que nunca más volviese a predicar, respondía: "Si hoy saliese de la prisión, mañana comenzaría a predicar, con la ayuda de Dios." Para aquellos que piensan que en fin de cuentas, Juan Bunyan era solamente un fanático, les recomendamos que lean las obras que él nos legó: Gracia abundante para el principal de los pecadores; Llamado al ministerio; El peregrino; La peregrina; La conducta del creyente; La gloria del templo; El pecador de Jerusalén es salvo; Las guerras de la famosa ciudad de Alma humana; Vida y muerte del hombre malo; El Sermón del monte; La higuera estéril; Discursos sobre la oración; El Viajero celestial; Gemidos de un alma en el infierno; La justificación es imputada; etc., y mediten sobre ellas. Juan Bunyan pasó más de doce años en la cárcel. Es fácil decir que fueron doce largos años, pero es difícil imaginar lo que eso realmente significa — pasó más de la quinta parte de su vida en la prisión, a la edad de mayor energía. Fue un cuáquero llamado Whitehead, el que consiguió que lo libertaran. Después 20 que estuvo libre, fue a predicar en Bedford, Londres, y muchas otras ciudades. Llegó a ser tan popular, que lo apodaron de "Obispo Bunyan". Continuó su ministerio fielmente hasta la edad de sesenta años, cuando fue atacado de Fiebre y falleció. Su tumba es visitada por decenas de millares de personas. ¿Cómo se explica el éxito de Juan Bunyan? El orador, el escritor, el predicador, el maestro de Escuela Dominical y el padre de familia, cada uno de ellos conforme a su oficio puede sacar un gran provecho con el estudio del estilo y de los méritos de sus escritos, a pesar de que Bunyan fue solamente un humilde hojalatero sin ninguna instrucción. ¿Pero cómo se puede explicar el maravilloso suceso de Bunyan? ¿Cómo podía una persona inculta predicar como él predicaba, y escribir en un estilo capaz de interesar al niño y al adulto, al pobre y al rey, al docto y al indocto? La única explicación de su éxito es que él era un hombre que estaba en constante comunión con Dios. A pesar de que su cuerpo estaba preso en la cárcel, su alma estaba libre. Porque fue allí, en una celda, donde Juan Bunyan tuvo las visiones descritas en sus libros: visiones mucho más reales que sus perseguidores y que las paredes que lo rodeaban. Mucho después que sus perseguidores desaparecieron de la tierra y esas paredes cayeron en el polvo, lo que Bunyan escribió, continúa iluminando y alegrando todas las generaciones de todos los lugares de la tierra. Lo que vamos a referir a continuación, muestra la lucha que Bunyan sostenía con Dios cuando oraba; "Hay en la oración, el momento de dejar al descubierto la propia persona, de abrir el corazón delante de Dios, de derramar el alma afectuosamente en peticiones, suspiros y gemidos: "Señor", dijo David, "delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto" (Sal_38:9). Y otra vez: "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mi" (Sal_42:2-4). En otra ocasión escribió: "A veces las mejores oraciones consisten más en gemidos que en palabras, y esas palabras no son más que la mera representación del corazón, vida y espíritu de tales oraciones." Cómo él insufla e importunaba a Dios en sus oraciones, se ve claro en el párrafo siguiente: "Yo te digo: continúa tocando, llorando, gimiendo y suplicando; si El no se levanta para atenderte, por ser tú su amigo, al menos debido a tu insistencia El se levantará para darte todo lo que necesitas." Indiscutiblemente, lo extraordinario de la vida de Juan Bunyan radicaba en su profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras, que él tanto amaba, y en la perseverancia de sus oraciones a Dios, a quien adoraba. Si alguien dudase de que Bunyan siguió la voluntad de Dios durante los doce largos años que pasó en la prisión de Bedford, debe recordar que ese siervo de Cristo, al escribir El peregrino en la prisión, predicó un sermón que ya tiene casi tres siglos y que hoy se lee en ciento cuarenta lenguas. Es el libro de mayor circulación después de la Biblia. Sin tal dedicación a Dios, no habría sido posible alcanzar el incalculable fruto eterno de ese sermón predicado por un hojalatero lleno de la gracia de Dios.
(Tomado del libro: Biografía de grandes cristianos de Orlando Boyer)

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