martes, 29 de mayo de 2018

Reflexiones

El loco
En un pueblo rodeado de cerros habitaba un loco, la gente del pueblo le llamaba así: “El loco”. ¿Acaso hacía cosas disparatadas, cosas raras, cosas diferentes a las que hace la mayoría de las personas, al menos en ese pueblo?
La gente al verlo pasar se reía y se burlaba de él, humildemente vestido, sin posesiones, sin una casa que se dijera de su propiedad, sin una esposa ni unos hijos; un desdichado, pensaba la gente, alguien que no beneficiaba a la sociedad, un inútil comentaban otros.
Más he aquí que este viejo ocupaba su vida sembrando árboles en todas partes donde pudiera, sembraba semillas de las cuales nunca vería ni las flores ni el fruto, y nadie le pagaba por ello y nadie se lo agradecía, nadie lo alentaba, por el contrario, era objeto de burla insistente de los demás. Ese ser era un gran espíritu de luz, poniendo la muestra de cómo se deben hacer las cosas, sembrando, siempre sembrando sin esperar a ver el fruto, sin esperar a saborearlo.
Sucedió que un día cabalgaba por esos rumbos el gobernante de aquellos lugares, rodeado de su escolta. Observaba lo que sucedía verdaderamente en su pueblo, no quería escucharlo a través de la boca de sus ayudantes, quería tener conocimiento propio.
Al pasar por aquel lugar y encontrarse al Loco le preguntó:
— ¿Qué haces, buen hombre?
— Sembrando Señor, sembrando.
— Pero, ¿cómo es que siembras? Estás viejo y cansado, y seguramente no verás siquiera el árbol cuando crezca. ¿Para qué siembras entonces?
— Señor, otros sembraron y he comido, es tiempo de que yo siembre para que otros coman.
El hombre quedó admirado de la sabiduría de aquel ser al que llamaban loco, y nuevamente le comentó:
— No verás los frutos, y aún sabiendo eso continúas sembrando. Te regalaré una monedas, por la lección que me has dado.
— ¿Ves, Señor, cómo ya mi semilla ha dado fruto? Aún no la acabo de sembrar y ya me está dando frutos. Aún más, si alguna persona se volviera loca, como yo, y se dedicara solamente a sembrar sin esperar los frutos sería el más maravilloso de todos los frutos que yo hubiera obtenido, porque siempre esperamos algo a cambio de lo que hacemos, porque siempre queremos que se nos devuelva igual o el doble de lo que hacemos. Esto, desde luego, sólo cuando consideramos que hacemos bien, y nos olvidamos del mal que hacemos.
El Sultán le miró asombrado y le dijo :
_ ¡Cuánta sabiduría y cuánto amor hay en ti!, ojalá hubiera más como tú en este mundo, con unos cuantos que hubiese, el mundo sería otro; mas nuestros ojos tapados con unos velos propios de la humanidad, nos impiden ver la grandeza de seres como tu. Ahora me retiraré porque, si sigo conversando contigo, terminaré por darte todos mis tesoros, aunque sé que los emplearías bien, tal vez mejor que yo.
Y terminado esto, partió el Sultán junto con su séquito, y el Loco siguió sembrando y no se supo de su fin, no se supo si terminó muerto y olvidado por ahí en algún cerro, pero él había cumplido su labor, realizó la misión, la misión de un Loco.
Este cuento sirve para ilustrarnos lo que muchos seres hacen en este mundo, pero callados, sin esperar recompensa. He aquí que se requieren muchos locos en el mundo, seres que repartan la Luz, que den la enseñanza, que sean guías en este mundo tan hambriento de la enseñanza espiritual.

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