PABLO
Originalmente, el nombre del “apóstol a los gentiles” (Ro. 11:13), era Saulo. Nació en la ciudad de Tarso, pero según una vieja tradición, su familia venía de Galilea. La ciudad de Tarso quedaba en el SE de Asia Menor, en lo que hoy es Turquía. En tiempos del Imperio Romano vino a ser capital de Cilicia.
En el año 59 a.C. fue gobernador de Tarso el renombrado Cicerón. Era famosa como ciudad de mucha cultura, pues funcionaba en ella una especie de universidad, al igual que en •Atenas y •Alejandría, por lo cual P. en una ocasión dijo: “Yo de cierto soy hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia” (Hch. 21:39) No se conoce el año exacto de su nacimiento, pero algunos opinan que tuvo lugar en una fecha aproximada a la del nacimiento del Señor Jesús. Cuando •Esteban fue apedreado en el año 33 d.C., se dice que P. era “un joven” (Hch. 7:58). Se supone que su padre era un comerciante que había obtenido la •ciudadanía romana por algún medio, que podía ser por vía de la adopción, o por méritos de guerra, o por servicios meritorios al estado, o sobornando a los funcionarios para obtener ese privilegio. De manera que P. heredó la ciudadanía romana, privilegio que reclamó en varias ocasiones (Hch. 16:37; 22:25; 25:11). No se tienen noticias de su madre.
Su educación.
Fue enviado a Jerusalén a estudiar, probablemente a los trece años de edad, siendo su maestro el famoso rabino •Gamaliel (Hch. 22:3). No se sabe adónde fue cuando terminó sus estudios, pero parece que no estaba en Jerusalén en los días en que el Señor Jesús fue crucificado, y regresó a dicha ciudad poco después de ese acontecimiento. El resultado de su educación puede apreciarse en sus propias palabras en Gá. 1:14 (“... en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres”). Aunque no se tienen datos específicos de sus estudios de la cultura griega, en sus escritos es evidente que era un verdadero experto en ella. En varias ocasiones hace citas de autores clásicos griegos. En Hch. 17:28 cita a Epiménides (“Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos”) y a Aratos (“Como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos”). Epiménides fue un poeta cretense, autor de una legislación civil y religiosa para aquella isla (también citado en Tit. 1:12). Las palabras de Aratos fueron tomadas de su obra Phaenomena. Esos conceptos, además, fueron repetidos por otros autores griegos, entre ellos el estoico Cleanto, en su Himno a Zeus. Su permanente interés por la lectura se demuestra en sus recomendaciones a •Timoteo: “Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura” (1 Ti. 4:13). No se sabe cuál era el contenido de los documentos que Pablo dejó “en Troas en casa de Carpo”. Le pidió a Timoteo que le trajera “los libros, mayormente los pergaminos” (2 Ti. 4:13). El procurador •Festo, después de oír a P.predicar, le dijo: “Estás loco, P.; las muchas letras te vuelven loco” (Hch. 26:24). De manera que era evidente la amplia cultura del apóstol. Con todo, siguiendo lo que es tradición entre los judíos, fue entrenado en un oficio: sabía hacer tiendas, lo cual le ayudaría luego en sus viajes misioneros (Hch. 18:3).
La conversión de Saulo.
La disputa de •Esteban se levantó entre unos miembros “de la sinagoga llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de Asia” (Hch. 6:9). Es posible que P. fuera miembro de una sinagoga de los que eran de su provincia, Cilicia, y que como tal participara en la discusión. Lo cierto es que tomó parte en la posterior muerte del primer mártir cristiano (Hch. 7:58; 26:10) y enseguida se convirtió en un gran perseguidor de la iglesia. Estando en esos menesteres, iba camino a •Damasco cuando el Cristo resucitado se le apareció. Cegado por la experiencia, fue llevado a la ciudad, donde se dedicó a la oración. El Señor envió a •Ananías para instruirlo en la fe (Hch. 9:1–19). Tras bautizarse, P.comenzó enseguida a predicar “a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hch. 9:20). Es probable que fuera en esta ocasión cuando decidió ir a •Arabia, pues escribiendo a los gálatas, dice: “... ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén...” (Gá. 1:17–18). Nada sabemos del propósito de ese viaje ni a qué lugar específico fue. La mención que P. hace en 2 Co. 11:32–33 (“En Damasco, el gobernador de la provincia del rey Aretas...”) hace pensar a algunos que P. estuvo en Petra, donde gobernaba este rey. Los judíos de Damasco obtuvieron la cooperación de las autoridades, que “guardaban las puertas de día y de noche” (Hch. 9:24), con el propósito de matarle. Para salvarle, “los discípulos ... le bajaron por el muro, descolgándole en una canasta” (Hch. 9:25). Se sabe que había un arreglo especial de extradición entre •Aretas y el gobernador de Damasco para los casos de personajes que hubieran escapado de la justicia en Petra. Al parecer, esto fue tomado como excusa para la conspiración, porque las autoridades romanas condenaban a la crucifixión a los asesinos, lo cual ponía en peligro, entonces, a los mismos conspiradores. Cuando llegó a Jerusalén, los hermanos desconfiaban de él, hasta que •Bernabé “lo trajo a los apóstoles” a quienes contó su experiencia (Hch. 9:26–27). Así, permaneció con Pedro unos quince días. Después de esto regresó a su ciudad de Tarso, donde es posible que permaneciera unos ocho o diez años, pues no se tienen datos sobre esa etapa de su vida. No hay que dudar que tuviera problemas allí por causa de su fe, pues él dijo: “De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno” (2 Co. 11:24). ¿Cuándo y dónde fue esto? El libro de los Hechos no nos dice nada sobre el particular. Por lo tanto, es posible que parte de esas malas experiencias las tuviera precisamente en su ciudad natal. También a la época en Tarso debe corresponder los naufragios a que hace referencia en 2 Co. 11:25 (“... tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar”), a menos que algunos de estos incidentes ocurrieran durante sus viajes misioneros y •Lucas no quiso registrarlos en los Hechos, lo cual es dudoso.
Su físico.
Existe un documento del siglo II, titulado Los hechos de Pablo y de Tecla, que narra unos cuentos sobre P. Aunque esta obra fue considerada como espuria, es interesante anotar la descripción que hace de la apariencia física del apóstol. Dice que era una persona de estatura regular, medio calvo, de nariz puntiaguda y frente ceñuda. Que, además, tenía las piernas torcidas o arqueadas. Esto coincide con lo que él dice de sí mismo (“Porque a la verdad, dicen, las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal débil” [2 Co. 10:10]). Lo de las piernas arqueadas es, según algunos, característica de personas que habían recibido azotes en muchas ocasiones.
Sus experiencias místicas.
El apóstol dice en 2 Co. 12:2 lo siguiente: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo”.Algunas personas especulan que P. andaba por los montes Taurus, donde incluso hay una gruta que es conocida con el nombre de “Gruta de San P.”. Y que probablemente allí recibió esta visión o traslado al tercer cielo. Lo cierto es que en varios de sus escritos, P. habla de revelaciones que recibió directamente del Señor, pero él se cuida de aclarar: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee” (2 Co. 12:7). En realidad, nadie sabe en qué consistía este “aguijón”. Algunos pensaron que se trataba de una debilidad de tipo sexual. Otros que era algún tipo de enfermedad dolorosa y, además, que producía mala impresión a otros. Pero no hay datos seguros.
Antioquía.
Como resultado del éxito de la predicación del evangelio en •Antioquía, la tercera ciudad del imperio, •Bernabé buscó a P. para que fuera a residir allí. En esa ciudad P. pudo desarrollar un fructífero ministerio, junto a otros prominentes miembros de la iglesia antioqueña. Cuando un profeta de nombre •Agabo anunció “que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada”, los hermanos de Antioquía decidieron “enviar socorro” para los santos de Judea, dando “cada uno conforme a lo que tenía”. Los encargados de llevar esta ofrenda de amor fueron “Bernabé y ... Saulo” (Hch. 11:28–30). Al parecer, llevaron también con ellos a •Tito, un gentil, pues P. dice en Gá. 2:1–3: “Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo a Tito”. P. aprovechó esta visita a Jerusalén para consultar con los principales líderes de la iglesia allí (“Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles. Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse” [Gá. 2:1–5]). Los resultados de esta consulta fueron la confirmación de que el evangelio que él predicaba era el mismo que anunciaban también los que habían conocido al Señor antes que él. Y el hecho de que Tito no fuera obligado a circuncidarse, dejaba en claro que los hermanos de Jerusalén estaban de acuerdo con la doctrina y la práctica que P. implantaba entre los gentiles. Un día, mientras oraba en el •templo, le “sobrevino un éxtasis” y vio al Señor, que le decía: “Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.... Vé, porque yo te enviaré lejos a los gentiles” (Hch. 22:17–21). Al narrarlo a los hermanos, éstos se dieron cuenta de que a P. le había sido “encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión”, por lo cual le dieron a él y a Bernabé “la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión. Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres” (Gá. 2:7–10). Esto último fue, en efecto, la expresión del buen deseo de que se repitiera la acción que llevaron a cabo los hermanos de Antioquía.
Viaje misionero.
De regreso en aquella ciudad, el •Espíritu Santo habló a los líderes de la iglesia, diciéndoles: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hch. 13:1–2). Con el apoyo de los hermanos, salieron, pues hacia •Chipre, de donde era Bernabé, acompañados por •Juan Marcos “de ayudante” (Hch 13:1–5). Como sabia estrategia, al llegar a un lugar P. buscaba “las sinagogas de los judíos” y comenzaba allí a anunciar “la palabra de Dios” (Hch. 13:5). Después fueron a •Panfilia, en el S de la Anatolia, pero Juan Marcos decidió volver a Jerusalén. Ellos siguieron predicando por diversas ciudades, y lograron establecer grupos de cristianos en •Antioquía de Pisidia, •Iconio, •Listra, •Derbe y otros lugares. Entonces regresaron a Antioquía, de donde habían salido.
La controversia con los judaizantes.
Su informe fue causa de mucho gozo para los hermanos. Pero encontraron que habían venido de Judea algunos hermanos que estaban enseñando que los creyentes tenían que guardar la ley de Moisés. P. y Bernabé discutieron fuertemente con ellos, por lo cual “se dispuso que subiesen ... a Jerusalén ... a los apóstoles y ancianos, para tratar esta cuestión” (Hch. 15:2). Fue así como tuvo lugar lo que se conoce como el •Concilio de Jerusalén, cuyas decisiones dejaban libres a los creyentes gentiles de las exigencias de la ley de Moisés. La carta correspondiente fue llevada por P. y Bernabé a la iglesia en Antioquía, y causó gran alegría entre los hermanos.
Más viajes misioneros.
“Después de algunos días”, P. y Bernabé decidieron volver a visitar a los hermanos en las ciudades donde habían predicado antes. Hubo entre ellos un desacuerdo. Bernabé quería llevar a Juan Marcos. P.se opuso. Finalmente, decidieron separarse. Bernabé fue a Chipre con Juan Marcos y Pablo partió hacia •Siria y Cilicia, acompañado por •Silas. En •Derbe conoció a •Timoteo y lo incorporó a su misión. Así, viajaron por “Frigia y la provincia de Galacia”, pero “les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia” (Hch. 16:1–7). Lo mismo pasó cuando quisieron ir a •Bitinia. Fueron entonces a •Troas, donde P. tuvo una visión que le impulsó a viajar hacia •Macedonia. Así comenzó la predicación del evangelio en aquellas regiones, siendo alcanzadas las ciudades de •Filipos, •Tesalónica, •Berea, •Atenas, y •Corinto. De allí viajó a •Éfeso y luego regresó a Antioquía tras pasar por •Cesárea. Luego volvió a viajar por •Galacia y Frigia, “confirmando a todos los discípulos” (Hch. 18:23). Retornó a Éfeso, esta vez para quedarse allí por un buen tiempo.
De regreso a Jerusalén.
A estas alturas, P. planeaba volver a Jerusalén para luego ir a •Roma, por lo cual escribió una epístola a los hermanos de esta última ciudad diciéndoles de su propósito de pasar a visitarlos, rumbo a España ( •Romanos, Epístola a los). Librado a duras penas de un alboroto que se levantó en Éfeso, se despidió de los hermanos y partió de nuevo para Macedonia, recorrió el país, fue a Grecia de nuevo y luego decidió regresar a Jerusalén por la vía de Macedonia. Un grupo de hermanos le acompañó hasta Asia (Hch. 20:1–4). Llegaron a •Troas, donde P. predicó y realizó el milagro de volver a la vida a un joven llamado •Eutico. Tras varias paradas obligadas en el viaje, llamó a los ancianos de Éfeso a la ciudad de •Mileto. Se reunió con ellos y los exhortó. Luego viajaron hasta llegar a •Tiro, donde saludó a los hermanos. En Cesarea se hospedó en casa de •Felipe el evangelista. Allí recibieron la visita del profeta Agabo, quien profetizó que P. sería hecho prisionero en Jerusalén, pero el apóstol insistió en ir. Al llegar a la ciudad santa, presentó un informe a la iglesia. Pero cuando visitó el •templo, fue reconocido y se armó un alboroto que casi le cuesta la vida. El tribuno de una compañía romana le salvó de manos de la multitud. Aunque le fue permitido hablar a ésta, su mensaje lo que causó fue más alboroto. Al otro día, pudo hablar delante de “los principales sacerdotes y a todo el concilio” (Hch. 22:30). Los resultados fueron negativos. De manera que el tribuno decidió dejarle preso. En la cárcel, el Señor Jesús se le apareció de nuevo, dándole ánimo y diciéndole que iría a Roma.
Preso y enviado a Roma.
P. tuvo que ser trasladado a •Cesárea bajo fuerte custodia, a fin de evitar una conspiración para matarle. Allí descendieron los líderes religiosos judíos y le acusaron delante de •Félix el gobernador. El apóstol se defendió, pero Félix decidió dejarle preso. Dos años después, •Porcio Festo vino como sucesor de Félix. También ante éste volvieron a acusarle los líderes judíos, hasta que P. decidió hacer uso de su derecho como ciudadano romano y apelar al •César. El rey •Agripa y su esposa Berenice, de visita en el lugar, quisieron oír a P. Tras su mensaje, Agripa dijo: “Por poco me persuades a ser cristiano”(Hch. 26:28).
Finalmente, P. fue enviado a Roma en una embarcación, que naufragó en la isla de •Malta. Allí hizo varios milagros. Luego le embarcaron en una nave alejandrina que le llevó hasta •Puteoli, donde fue recibido por creyentes que le atendieron durante siete días, tras los cuales fue a Roma.
¿Estuvo P. preso dos veces en Roma? El relato de •Lucas en el libro de los Hechos no termina señalando la muerte del apóstol, sino que le deja en Roma “dos años enteros en un casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento” (Hch. 28:30–31). La mayoría de los eruditos piensan que P. estuvo dos veces preso en Roma, y que se efectuó su primera liberación de la cárcel en el año 62 d.C. y su segunda prisión y muerte en el año 65 ó 67 d.C. Según esta tesis, entonces, el apóstol tuvo la oportunidad de viajar de nuevo predicando el evangelio, lo cual explica la tradición de que llegó hasta España. Por lo menos se sabe por vía de Clemente de Roma, quien lo escribió en el año 96 d.C., que el apóstol murió después de haber llegado “hasta los límites extremos de occidente”. Además, el famoso fragmento de Muratori ( •Canon del NT), señala que Lucas no pudo relatar en el libro de los Hechos “la prisión de Pedro y el viaje de Pablo cuando fue de Roma a España”. Muchos de los llamados padres de la iglesia dan también testimonio de esto. Esta tesis, por otra parte, ayuda a interpretar mejor ciertos pasajes, especialmente 2 Ti. 4:6–18, donde el apóstol presiente su muerte (“... yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano” [2 Ti. 4:6]). Se siente muy solo (“Sólo Lucas está conmigo.... En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado” [2 Ti. 4:11, 16]). Se han hecho muchas especulaciones sobre cuál habrá sido el itinerario de P. durante esos tres o cuatro años que separan sus dos prisiones.
Su teología.
A través de sus cartas, que fueron escritas para atender a problemas específicos que se presentaban en las distintas iglesias, se evidencia la importancia y la profundidad del pensamiento paulino. Cada carta tiene su propia manera de argumentación, usando el lenguaje adecuado para los asuntos que quería tratar. De su conjunto, podemos extraer las líneas generales de su pensamiento sobre la salvación, lo que nos indica cuál es su verdadero significado, y refuta las falsas concepciones que sobre la misma se presentaban en la época.
La ley y la gracia.
Como apóstol que era de los gentiles, P. se preocupó por aclarar que lo que se consideraba como requerimientos de la ley judía no eran aplicables a los creyentes gentiles, insistiendo en la •justificaciónpor medio de la fe. En sus escritos, sobre todo en •Romanos y •Gálatas, procura explicar cuál había sido la función de la ley, enfatizando que toda ella había sido cumplida por Jesucristo, especialmente con su muerte en expiación por los pecados del mundo. Los creyentes han muerto con Cristo. Por tanto, han muerto para la ley (“Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios” [Gá. 2:19]). Esa muerte hace a los hombres libres de la ley. Los creyentes ya no están “bajo la ley, sino bajo la gracia”(Ro. 6:14). Con todo, las estipulaciones del AT debían ser tomadas muy en cuenta, sabiendo que “están escritas para amonestarnos a nosotros” (1 Co. 10:11). Siempre subrayaba a los creyentes que la fe en Cristo y la conversión tenían por resultado una conducta de santidad.
La justificación por la fe.
El apóstol hace énfasis en que toda la Biblia enseña que “no hay justo, ni aun uno” (Ro. 3:10). Fue necesario que Jesucristo, hombre perfecto, el justo por antonomasia, diera su vida en •expiación por los pecados de la humanidad, satisfaciendo así la justicia divina. Basado en ese hecho, Dios ofrece gratuitamente justificar a todos aquellos que creen en su Hijo, los que reconocen y aceptan que el sacrificio que él hizo fue en su particular favor. La justificación es, entonces, un don de Dios. Así, “aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios ... la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo ... siendo justificados gratuitamente por su gracia” (Ro. 3:21–25).
La reconciliación.
Explica P. que el pecado del hombre le puso en situación de enemistad con Dios (“Por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios” [Ro. 8:7]). El Señor Jesús vino al mundo para hacer una obra de reconciliación entre los hombres y Dios (“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” [Ro. 5:10]). Dice que Dios ha dado a los creyentes “el ministerio de la reconciliación”, que anuncia “que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”. Y que ahora es “como si Dios rogase por medio de nosotros.... Reconciliaos con Dios” (2 Co. 5:18–21). Está reconciliación con Dios produce otra entre los seres humanos entre sí. Para comenzar, la división entre judíos y gentiles fue eliminada por el Señor Jesús en la cruz del Calvario (“Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades ... y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo” [Ef. 2:14–18]).
La Iglesia.
De especial significación fue el aporte de P. al entendimiento de lo que es la •iglesia. Explica que ella es “la casa de Dios ... la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Ti. 3:15). Jesucristo es el fundamento de ella (1 Co. 3:11–12). Él es su cabeza y ella es su cuerpo (Ef. 1:22–23; Col. 1:18). Esta figura se refuerza con otra: la iglesia es la esposa de Cristo (Ef. 5:21–33). Dice que “la multiforme sabiduría de Dios” es “dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Ef. 3:9–10). El propósito de Cristo es “santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef. 5:26–27).
Su escatología.
El apóstol habla frecuentemente de la segunda venida de Cristo. Decía que es “preciso que él reine”(1 Co. 15:25). Los tesalonicenses se habían convertido “para servir al Dios vivo y verdadero y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos” (1 Ts. 1:9–10). Les animaba a estar preparados para “la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (1 Ts. 3:13), porque “el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche” (1 Ts. 5:2). Con esto, indicaba, se completaría la redención, no sólo de los hombres, sino de toda la creación.
Su lucha contra los excesos.
Por otra parte, tenía que estar vigilante siempre a causa de los excesos que se producían en medios cristianos que interpretaban mal este significado escatológico de la salvación. Algunos, como en el caso de ciertos tesalonicenses, no veían la necesidad de trabajar (“Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” [2 Ts. 3:10–12]). Otros decían “que la resurrección ya se efectuó” (2 Ti. 2:16–18). Había que advertir contra los “espíritus engañadores” que “prohibirán casarse” (1 Ti. 4:1–3). Y así sucesivamente. En resumen, por éstas y muchas otras razones, se puede decir que P. fue el más grande expositor de la fe cristiana.
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