lunes, 20 de julio de 2020

SETENTA VECES SIETE




El mensaje de Cristo en el Evangelio es muy radical y contrario a todo lo que cualquier persona de su época esperaba. Sus expresiones sobre el amor y el perdón eran poco menos que  incomprensibles y se podría decir que inaceptables para un mundo que se regía en sus relaciones por la ley del talión, por la venganza de sangre y por el “ojo por ojo”.

Es decir, que el ofendido tenía todo el derecho de aplicar al ofensor un daño igual a la ofensa que había recibido.

En realidad las leyes no son el problema, porque de alguna manera tienen que impartir justicia para permitir un cierto orden social. El problema es que apliquemos sin cuestionamientos la medida del “ojo por ojo” también en las relaciones interpersonales cotidianas.

 Perdonar siempre

El nuevo mandamiento de Cristo es reformador de la conducta y de las relaciones: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y perdona sus ofensas hasta “setenta veces siete”; pon la otra mejilla y si te obliga a caminar con él una milla, camina con él dos. Incluso manda llegar al extremo de amar al enemigo (Mateo 5:39-44). Esto es, sin duda, una doctrina sobrenatural que nadie había enseñado, es un mensaje tan radical que garantiza que es un mensaje divino, porque sólo Dios puede hablar de perdón, sólo Él tiene la autoridad de darle más importancia a la reconciliación con el hermano, que a la ofrenda del templo (Mateo 5:24). Hoy el mensaje de Cristo sigue vigente, pero a pesar de eso, estamos acostumbrados a devolver mal por mal. Por eso surgen las guerras entre países, porque antes surgió la guerra entre hermanos, la venganza en la familia o en el trabajo, el odio hacia quien es diferente o la indiferencia ante el hermano necesitado.

 Hay mucho que perdonar

El mensaje de Cristo no es para personas débiles o blandengues de voluntad, es para personas de carácter que cargan su cruz con dignidad, sin mostrar a los demás cuánto cuesta (Mateo 6:6), que son capaces de dominar la ira y los deseos de revancha.

Seguir a Cristo requiere una voluntad firme e imparable, que no se doblega ante el impulso de la venganza; porque perdonar a quien nos hace el mal, puede llegar a ser muy duro. Aunque afortunadamente no es tan cotidiano. Sin embargo, es más cotidiano el tener que perdonar las ofensas de las personas que más queremos o con las que más convivimos. Como perdonar una infidelidad en el matrimonio es sumamente difícil por lo que implica de humillación; ceder ante una discusión con nuestro cónyuge, perdonar y pasar por alto los defectos del esposo o esposa. La vida diaria nos exige ser capaces de minimizar las faltas y las carencias de nuestros familiares más queridos. Pero a eso nos llama Cristo cuando dice que estemos dispuestos a perdonar.

Cada día tenemos muchas oportunidades de formar ese corazón manso y humilde (Mateo 11:29) que perdona a quien conduce por la calle de manera descuidada, a quien se mete en la fila del banco o de la caja en el supermercado; o a quien en el ambiente de trabajo siembra cizaña con la crítica o la prepotencia.

Siempre ayuda pensar que desconocemos los motivos y las razones profundas de ese actuar, quizás quien conduce descuidado es porque tuvo una mala noticia y tiene que dirigirse rápido a atender una urgencia, quizás la persona que se mete en la fila o quien critica en el trabajo o se comporta con prepotencia no se da cuenta de lo que hace o ha tenido una vida difícil que le dificulta ser empático con los demás.

 El perdón nos conecta con nuestro Padre

La razón fundamental para perdonar es porque todos somos hijos del mismo Padre y porque Él nos ha perdonado mucho más (1 Juan 4:19). Jesús nos invita a llevar el perdón al grado heroico, como lo hizo Él (Lucas 23:34) y como lo hicieron los primeros cristianos, que se alegraban por los azotes y la persecución (Hechos 5:41), que perdonaron como Esteban a sus verdugos. (Hechos 7:60).

Jesús de alguna manera nos hizo ver que el perdón que pedimos de Dios está condicionado con el perdón que nosotros demos a nuestros hermanos, por eso en la oración que nos enseñó dice: Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mateo 6:12) y por eso nos pide que no hagamos ninguna ofrenda a Dios, si tenemos algo contra algún hermano. Es más importante reconciliarnos con Él y eso hará digna nuestra ofrenda (Mateo 5:24) y nos garantiza que Dios nos escucha y nos perdona.

CONCLUSIÓN

En esto conocerán que somos cristianos, que nos amamos unos a otros, que perdonamos a los que nos ofenden y amamos a nuestros enemigos. El historiador Tertuliano en el siglo II lo hizo notar muy bien cuando dijo de los primeros cristianos: “¡Mirad cómo se aman! Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro”. Y esta es la cruz de cada día.

En esto nos dice Jesús: Sígueme. Esta es la mansedumbre que nos invita a imitar. Que estemos dispuestos a perdonar a nuestros hermanos no pocas veces, sino incluso hasta setenta veces siete.


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