lunes, 18 de marzo de 2019

La Ley de Dios (4)

EL DESARROLLO DE LA LEY

Han quedado ya fuera del camino las críticas del siglo pasado y gran parte del nuestro, relativas a la hipótesis de que Moisés jamás habría escrito una ley, porque en su época no habría existido la escritura todavía. El estudio de las leyes paganas contemporáneas y anteriores a Moisés prueban también, en cuanto a la forma y al contenido, que las leyes que se atribuyen al gran legislador no eran inusuales en la época en que la Biblia dice que se prescribieron.
No obstante, aunque han tenido que desdecirse a menudo, los críticos de la Torah continúan negando en general la paternidad mosaica de las leyes de Israel. Mientras que reconocen paradójicamente que el Pentateuco “estaba formado en su mayor parte por piedras antiguas, muy antiguas”, argumentan que este hecho no necesariamente “arruina la teoría documentaria” (H. Cazelles, Introduction Critique à l’Ancien Testament). La reconstrucción histórica moderna de las leyes del AT se conoce hoy como “teoría documentaria”, y tiene que ver con las distintas hipótesis que se han sugerido, contrarias al testimonio de los autores de la Biblia, acerca de las épocas en que las leyes bíblicas habrían sido presumiblemente insertadas en la Torah.
¿Cuál es la razón para esta hipótesis? Se parte del postulado de que es imposible que surja un pueblo con todo un código de leyes que iba a responder tan admirablemente, en líneas generales, a tantos siglos de crisis y necesidades por las que iba a pasar. Más bien, según se argumenta, la compilación de leyes tiene que haberse realizado más tarde, como resultado de todo un cúmulo de experiencias por las que Israel pasó, y no como una previsión divina a las necesidades del pueblo del pacto. De esta forma se quita de la Palabra su carácter trascendente, y se sujeta a filosofías evolucionistas que dejan sistemáticamente de lado la ley de la entropía, que tiene que ver con el principio tan probado por la historia de la humanidad acerca de la decadencia de tantos pueblos, imperios y civilizaciones.
Por supuesto, como ha sido admitido recientemente, “la aspiración del exégeta (que usa este método de investigación crítica)..., de buscar el sentido objetivo, histórico, del texto bíblico, es una ilusión... Lo que se recolecta son residuos o bien hipótesis” (J. S. Croatto, “L’Herméneutique Biblique en face des Méthodes Critiques: Défi et Perspectives,” en Supplements to VT 36). Además, “más de un siglo de intensa investigación ha fracasado en tratar de descubrir documentos, inscripciones o anales del Cercano Oriente que fuesen compilados de acuerdo a los principios críticoliterarios” propuestos por los investigadores que han negado la autenticidad del Pentateuco (Harrison).
Por ejemplo, el hecho de que algunas leyes usen el pronombre en la tercera persona, no significa necesariamente que fueran insertadas en épocas posteriores dentro del canon antiguo. Como se ha sugerido recientemente, tales secciones pueden haber sido dictadas por Moisés a los 70 ancianos y “escribas” (soterim) que debían secundarlo en su obra de juzgar al pueblo (Núm. 11:16). En lugar de considerar las leyes mosaicas como siendo una compilación de leyes antiguas, y el fruto de un largo desarrollo y madurez que llevó siglos de historia, parece más apropiado por consiguiente suponer que estos escribas colaboradores de Moisés debieron elaborar y confeccionar por inspiración divina, bajo la supervisión de su representante máximo, muchas de las leyes que respondían a las necesidades concretas por las que tenían que pasar como pueblo (Harrison). Para ello pueden haber sesionado en numerosas ocasiones, para trabajar y retrabajar toda ley propuesta, como ocurría antiguamente también entre los babilonios y los egipcios, y como ocurre aún hoy en muchas cámaras legislativas modernas hasta que la ley logra su forma final.
Es de suponer que en su obra de interpretar y aplicar la ley en cada ciudad de Israel (ver Deut. 16:181 Crón. 23:4), los futuros jueces iban a verse forzados en algunos casos a modernizar algunos términos obsoletos que hoy se denominan anacronismos (p. ej.: Gén 14:14, “Dan”; ver Jue. 18:29). El lenguaje humano no es estático, y como lo revelan las constantes revisiones a las que están sujetas las versiones modernas de la Biblia, muchas palabras que han dejado de usarse deben ser actualizadas con otras que están en voga. Pero en este contexto, hay que tener en cuenta que “tanto en la tradición hebrea como en la sumeria, los escribas eran guardianes de lo que se les había transmitido, no innovadores” (Harrison).
Algunos relatos históricos anteriores al tiempo del reinado, como el del sacerdote de Micaía y sus imágenes de talla que contradicen el segundo mandamiento (Jue. 1718), no se ajustan a las normas del Pentateuco. Pero en tales casos el escriba hace recordar que en aquellos días no había rey en Israel (para imponer el orden), y cada uno hacía lo que le parecía recto ante sus propios ojos (Jue. 17:619:25). Aún así, en la época del reinado que introdujo situaciones nuevas, encontramos cierta elasticidad y desarrollo en la interpretación de algunas leyes antiguas.
Por ejemplo, el templo de Salomón fue inaugurado en la época del año que correspondía al día de la Expiación (2 Crón. 5:3; ver Lev. 16:29). Pero en lugar de llevarse a cabo en un día la ceremonia que cerraba los ritos del año en el interior del templo, se llevaron a cabo en la parte central del atrio... el altar (1 Rey 8:642 Crón 7:9), y durante siete días, ritos que eran equivalentes a los que Dios determinó en el mismo lugar del santuario, y durante la misma cantidad de días, para la inauguración del tabernáculo en el desierto (1 Rey. 8:652 Crón 7:9, una segunda semana de fiestas correspondió a la fiesta de los Tabernáculos; ver Exo. 28:37Eze. 43:25–27).
Un estudio de los ritos practicados por Ezequías y Josías para restablecer el servicio de la casa de Yavé que una larga apostasía había paralizado (2 Crón. 29–3034–35), y por Esdras y Nehemías cuando regresaron del cautiverio, muestra también una dependencia notable de las leyes rituales mosaicas. Aunque tuvieron que interpretar la ley en situaciones relativamente diferentes, ni ellos, ni ningún rey o escriba posterior se presentó como innovador, sino como reformadores preocupados por volver el pueblo al orden primitivo. Ver A. Treiyer, 101–120.
Este mismo principio se transparenta en todos los libros proféticos, especialmente en los que denuncian la mayor apostasía y decadencia de Israel. A lo largo de los siglos, los profetas evocaron las leyes divinas para mostrar que las maldiciones que Dios había anunciado en el Pacto iban a sucederles o les habían sucedido, por haberse apartado de sus leyes. Estos mensajeros divinos se presentaron no como defensores de los derechos del hombre, sino de los derechos divinos establecidos en el convenio del Sinaí, sin los cuales la lucha por restablecer los derechos humanos era una empresa estéril (Deut. 15:7–1130Ose. 4:126). Y en ese diálogo recapitulativo del pacto y de la historia de Israel que Dios tuvo por medio de sus profetas con su pueblo, la revelación divina fue ampliada. Se demostró en una manera más abarcante aún lo que la ley ya enseñaba, que el primer y grande mandamiento en la ley es “amar a Dios”, y que el segundo que define el amor al prójimo adquiere su debida dimensión sólo cuando como prueba de amor a Dios, se obedece a sus mandamientos (ver Juan 14:1521).

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